Genio y Figura/ Francisco Buenrostro
OJOS QUE NO VEN, NO SABEN LO QUE SE PIERDEN
La vista es uno de los cinco sentidos que nos permite comprender el mundo que nos rodea y desenvolvernos en él.
El ojo humano recibe rayos de luz procedentes del entorno a través de un diafragma llamado pupila que se abre y se cierra gracias al músculo ciliar y los transforman en impulsos nerviosos.
Los ojos tienen aproximadamente 125 millones de bastones que nos ayudan a ver las formas y 7 millones de conos que diferencian los colores. Esto hace que el ojo humano sea capaz de distinguir hasta 10 millones de colores.
Por si todo esto fuera poco, aquí le va otro dato, si nuestros ojos fueran una cámara digital, serían equivalentes a una cámara de 576 megapíxeles.
Muy superiores a cualquier desarrollo tecnológico actual.
No sé a usted, pero estos datos en verdad me asombraron y a la vez me entristecieron al percatarme de cómo cada día es más común que las personas acostumbren percibir la vida a través de un teléfono celular, como en los conciertos, eventos deportivos y hasta celebraciones religiosas.
En lo que yo llamo el “Síndrome del Fotógrafo/Camarógrafo Frustrado”, en lugar de disfrutar del momento, de vivir a plenitud y de ser protagonistas de nuestras propias vidas, queremos emular a los profesionales de la lente, en un muy raro afán de tener la perspectiva de que estamos produciendo un testimonio visual de nosotros mismos.
Lo peor de todo es que ya ni siquiera se imprimen las fotos que tomamos, se quedan sólo guardadas en nuestros aparatos celulares o, si bien les va, las subimos a redes sociales esperando generar likes, aunque la mayoría de los que les ponen dedito arriba ni nos conocen ni nosotros a ellos, es mera interacción virtual.
Ejemplo de lo que les menciono es que, a la menor provocación, nos tomamos una selfie, con un fondo que, en el colmo de los colmos, a veces ni siquiera lo apreciamos, ya sea un paisaje o un sitio emblemático, sólo nos tomamos la foto, pero no disfrutamos del lugar.
Mismo caso aplica para muchas otras cosas, como cuando vamos a comer algo que luce suculento y que, antes de hincarle el diente, optamos por sacarle la gráfica de cajón, porque si no la subimos a nuestras redes sociales, para presumir el platillo, pues no sabe igual.
Tal vez en parte podemos culpar a la tecnología, por lo menos en parte, de este curioso, pero ya cotidiano, efecto, debido a que cada vez evolucionan más los teléfonos celulares, captando de manera más precisa y nítida las imágenes, pero, como lo mencioné al inicio de estas líneas, sin llegar a superar la vista humana.
Este “Síndrome del Fotógrafo/Camarógrafo Frustrado” también nos hace perder de vista al mejor dispositivo de almacenamiento que puede existir, al que todos tenemos acceso, ya que es gratuito, en el que caben tantas imágenes como nosotros tengamos el interés de guardar, que puede llegarlas a retocar mucho mejor que cualquier aplicación, confiriéndoles una belleza que supera a la captada originalmente, me refiero al corazón.
Y es que las imágenes que guardamos en el corazón tienen un significado muy especial, un valor entrañable, único, que nada podrá borrar, aún en los casos que la mente nos pudiera llegar a fallar y nuestra memoria las olvidara, por siempre se quedarán guardadas en lo más profundo de nuestro ser, algo que ninguna cámara o dispositivo podrá jamás siquiera igualar.