Detrás de Cámaras/Norberto Gasque Martínez
Soy de la época en la que podíamos jugar en las calles todo lo que se nos ocurriera, sin el más mínimo peligro. Lo nuestro era el soccer, la carreterita, el beisbol, las canicas, el tochito, el bote pateado, el avión (cuando se juntaban las niñas) y, para no caer en el aburrimiento, ir de aventones a Cuernavaca y el toque de timbres.
Cualquier piedra o peluche servía para delimitar la portería y las acciones se detenían con el clásico coche, coche, que interrumpía apenas un instante el dribling de Beto al Pato o Carlos que le salían al paso. Yo, de portero, más bien como figura decorativa, me lanzaba a uno u otro lado para ver pasar el balón, que creo que nunca detuve. No era yo malo… pésimo.
La misma calidad mostré en el beisbol, el tochito y hasta en las canicas, mas no en la carreterita y más tarde en la bicicleta. Con gises rayábamos sobre la banqueta nuestra propia pista de carreras con curvas y rectas a placer, que debíamos recorrer en tres garnuchazos por turno, sin rebasar las líneas marcadas en ningún momento.
Por aquel entonces, la radio mandaba ante la incipiente televisión. Nuestros ídolos más queridos eran El Ratón Macías,El Chatito Ortiz, Mickey Mantle, Beto Ávila, Joaquín Capilla y los hermanos Rodríguez, Pedro y Ricardo.
Justamente una mañana que jugábamos carreterita, fuimos interrumpidos por los gritos de una tía: “Se mató Ricardo Rodríguez, se mató Ricardo” decía desesperada y, de verdad, como si se tratara de un familiar cercano. Nos juntamos en casa y seguimos por radio los detalles de la tragedia.
A la mañana siguiente los periódicos el cafecito y el lechuga agotaron en minutos sus ediciones con crónicas y fotografías de lo ocurrido en el autódromo de la Magdalena Mixhuca.
Así de malo como fui en la práctica deportiva, jamás me iba a imaginar que con el tiempo, tendría trato cercano con doña Conchita de la Vega, mamá de los Rodríguez; entrevistaría ampliamente al Ratón Macías para el programa de Guillermo Ochoa Nuestro Mundo y sería compañero de trabajo de don Beto Ávila y Joaquín Capilla en la naciente CONADE.
Son estos algunos de los contrastes que me ha permitido la vida, una vida dedicada no a la práctica deportiva, sino a escribir las historias que hacen de la crónica deportiva una profesión fascinante, de la que les contaré más adelante.