Maestro Tomás Bustos Muñoz/Paulino Lorea
Ser nini te mantenía a salvo; si cometías la osadía de ser estudiante, corrías peligro.
Así vivíamos los jóvenes en el 68, previo a la masacre del 2 de octubre.
En la calle, los “perjudiciales” te acosaban porque no les gustaba tu vestimenta o actitudes.
Te detenían para ver si no traías propaganda comunista en contra del gobierno. Ese era el pretexto.
Y sucedió que la tarde del 28 de septiembre, cuando regresábamos de una visita a la Villa Olímpica, próxima a inaugurarse, nos detuvieron.
Exactamente frente al estadio de CU fuimos violentamente bajados del auto de Jorge de la Rosa, él, su novia Mónica Valladares, Juan Stack, el Flaco Dehesa y quien escribe.
Según el sargento Pérez, parece que el Flaco le hizo “caracolitos” cuando pasamos frente a él, motivo suficiente para la invitación a descender del auto a jalones.
A bayoneta calada, nos llevaron ante el comandante del batallón, mientras acercaban un camión descubierto, con destino al Campo Militar número 1.
En la curva del circuito que conducía a Economía, un grupo de rasos tirados en el pasto, se comió a Mónica con lascivas miradas-
-Pásenla para darle una calentadita- decían.
En total indefensión, y con la moral por los suelos, escuchamos las palabras del teniente coronel:
-Tenemos órdenes rigurosas del presidente Díaz Ordaz de tirar a matar ante la mínima agresión.
Ese fue el detonante de lo que más tarde iba a ser la actividad principal de mi vida. Hablé hasta por los codos, mientras los demás callaron.
Afortunadamente, en el auto no había absolutamente nada de propaganda de ningún tipo.
Sin tapones y con los asientos removidos nos fue devuelto el vehículo.
-Lárguense y no vuelvan por aquí, esta vez tuvieron suerte- nos dijo el milite.
Al salir de CU hubo tibias felicitaciones por mi alocución. Tuve suelto el estómago más de una semana.