Genio y figura/Francisco Buenrostro
Desde que tengo uso de la sinrazón, es decir, desde que conocí el enamoramiento, la música y las mujeres han dictado el ritmo de mi vida. Contrario a lo que pudiera pensarse, me identifico con muchos.
Todo es generacional; en la primaria, nos enamoramos de la bellísima Ann Margret, por su papel en la película ByeBye Birdie.
Escuchar el disco de La Nave del Olvido, de José José, de mediados de los sesenta, nos remite a nuestra primera Dulcinea; esa que nos inspiraba todo y jamás nos hizo caso. Entre primaria y secundaria, las fiestas hombres de un lado y mujeres del otro, era lo usual, pero existía el álbum “Before and After” de Chad & Jeremy que nos catapultaba en busca de pareja.
En la prepa dejamos de soñar al darnos cuenta que sí nos pelaban.
-¿Y ahora, cómo se le hace?
Había que parecer indiferente, malo, y para ello nada mejor que refugiarse en la música de JethroTull, Grand Funk Railroad, Iron Butterfly o los Rolling Stones, que era la que programaban en “Vibraciones” de Radio Capital, con la tenebrosa voz de don Manuel Camacho.
Aunque la verdad es que ya en corto, a la hora de las esperadas “de cachetito”, sucumbíamos ante “Hoy corté una flor” de Leonardo Favio, o “No se ha dado cuenta” de Roberto Jordán.
Cuando llegaba el momento de “elegir nuestra canción”, la cosa ya iba en serio: “TheMorning After” de Maureen McGovern dio el banderazo a una bella relación que duró hasta “A dónde va nuestro amor” de Angélica María.
En el inter otras tantas melodías e intérpretes, Beatles, Doors, BeeGees, Beach Boys, Kinks, Dave Clark Five, Cream, Moody Blues, tomaron carta de naturalización.
A la Facultad más chic de Ciudad Universitaria, Ciencias Políticas, no se llegaba comprometido. Auténticamente, era llevar tortas al banquete.
El desfile de bellas era de concurso. Pero entre tanta luminosidad, surgía una luz todavía más intensa que devolvía a los amaneceres la alegría perdida; en pleno invierno ya no había mañanas frías y toda la gente te sonreía en la calle, o así se sentía.
Ese vacío en el estómago antes de verla; la sensación de ansiedad si se ausentaba y todas esas emociones incomprensibles, te confirmaban que habías dejado de pertenecer al Club de Toby.
Se convertía uno en su peor enemigo… Había omisiones imperdonables, verdades aplastantes que se soslayaban y errores incorregibles, que iban directo a tu libreta de calificaciones de la Universidad de la vida.
Y, lo peor, que cuando menos te diste cuenta, huyó esa libertad de la que no tomaste conciencia en tu irrepetible juventud; en adelante, te disfrazarías de adulto para poder competir en el mercado productivo.
Esas chicas de jeans o túnicas hippies que te subyugaron, ahora visten de aromas y se comunican en un idioma extraño, que tu sinrazón insiste en traducir, porque te falta mucha música qué escuchar e interminables ritmos de vida para bailar con ellas.