Ciclismo/Norberto Gasque Martínez
El descontento social ha abierto la puerta grande al cinismo político. Ocurre en México y en el mundo. Candidatos exitosos a partir del abuso y de promesas simples, con frecuencia falsas, a problemas complejos en extremo. En estos tiempos el cinismo es tolerado y es recurso útil para ganar adherentes. La popularidad casi nunca ha sido propia de los buenos gobernantes, común en los dictadores. La población en su mayoría se engancha con proyectos que dan cauce al estado de ánimo gris que la domina. Esta es la historia de López Obrador y de Trump, dos casos paradigmáticos, en polos opuestos del espectro ideológico. Mentir, exagerar, denostar e insultar es la divisa por demás exitosa; por López Obrador votó mayoritariamente la clase media y Trump tuvo una presencia inédita para un candidato republicano entre la población hispana, los jóvenes y los de color.
El cinismo gana porque el desencanto al orden de cosas es abrumador; en parte, merecido. Mucho de lo bueno del pasado no puede diferenciarse de lo pernicioso, facilitando el ataque al conjunto; lamentablemente, a instituciones, valores y principios fundacionales de la democracia. La expectativa de bienestar inmediato subyace en la conducta del elector, las libertades y la democracia carecen de mayor sentido. La creciente presencia del internet y las redes en el entretenimiento, la comunicación y la información; la pandemia en la remodelación de hábitos sociales y productivos; la corrupción en sus diversas expresiones; el horror de las adicciones y el hedonismo y la violencia son la marca de nuestros tiempos que van modelando a la sociedad y sus referentes políticos.
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