Genio y figura/Francisco Buenrostro
El crimen no se acaba, se abate, se reduce. Toda sociedad convive con conductas antisociales. El problema es cuando por la impunidad las actividades delictivas se vuelven regulares, premiadas por la ausencia de sanción y normalizadas ante la impotencia de la sociedad. El delincuente, en cualquiera de sus expresiones, carece de contención al no haber justicia que enfrente sus aviesas acciones. Los mexicanos de siempre han tenido una relación complicada con la legalidad, le tienen reservas a la ley y a la justicia le temen no por incertidumbre, sino porque puede ser desviada por el dinero, la incompetencia o la influencia política, hay sobrada memoria histórica de ello, casi siempre en el ámbito local.
México ha llegado a extremos de impunidad. La indignación social no sanciona al mal gobierno. Hay espacios de oportunidad debido a lo mucho por hacer con resultados razonablemente prontos. La llamada justicia cotidiana es uno de ellos. Primero habría que diferenciar los planos de la criminalidad para centrar la atención en las áreas que con mayor facilidad se pueden alcanzar mejores resultados desde el punto de vista de las víctimas. No ha habido claridad y se ataca lo visible, a su vez, más complicado y difícil. Combatir al crimen organizado no es fácil porque su lógica es global y es esencialmente un negocio con grandes incentivos y beneficios.
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