
Tarahumara/Norberto Gasque Martínez
Los seis años de gobierno obradorista dejan una herencia perniciosa en extremo: se puede gobernar mal y a la vez tener aceptación popular. La aprobación popular es uno de los sustentos de los proyectos autocráticos hoy día. En la versión de esta época el respaldo ocurre por el resultado electoral y, también, por un gobernante que actúa, decide y resuelve en consecuencia a las emociones que dominan a la sociedad, en una circunstancia que se caracteriza por el descontento. No hay miedo al cambio, justamente lo contrario, miedo a que el orden de cosas continúe.
Es cierto que la democracia no cobró carta de naturalización en el país. No sucedió en la sociedad, ni con las élites que en su momento fueron promotoras del cambio político democratizador. Uno de los mayores logros en amplia perspectiva histórica fue el arribo de la democracia electoral, esto es, comicios justos, equitativos y competidos. A pesar de su trascendencia pronto perdió aprecio social. Cierto es que en el descrédito de los logros políticos mucho tuvo que ver la persistencia de la desigualdad y la pobreza, también la incapacidad para contener la venalidad y la impunidad, aunque no eran problemas propiciados por la democracia; sin embargo, la magnitud del descontento y la prédica populista impidió diferenciar. Los mejores logros en materia de desarrollo político fueron arrollados por el curso devastador del obradorismo.
La nota completa en Quadratín Yucatán