
Crónica Cuevanense/Roberto Tamayo
Es común que los gobernantes recurran a la negación como reacción inmediata a malas noticias, a la adversidad. En condiciones normales suele dar resultados efímeros, pues tarde o temprano la realidad se impone. Sin embargo, en el México actual, donde la comunicación política se centraliza en la mañanera, negar puede dar resultado, descalificar al mensajero, decir que es una campaña de los enemigos. Queda la duda: ¿se trata de una estrategia calculada desde la fuerza sonora del poder presidencial o realmente refleja la convicción de que el (la) presidente (a) tiene razón, además, se supone que es la persona mejor informada del país, quien dedica reunión de una hora diaria con sus colaboradores antes de hablar a los medios?
Sea cálculo o convicción, la presidenta Sheinbaum ha cometido errores que la complacencia mediática no dimensiona en su justa proporción. Negar el pronóstico de recesión económica del FMI es lo de menos. Más grave, insistir en las cifras de seguridad, en particular las de homicidios, sin considerar que desde el sexenio anterior se dejó de contar a los desaparecidos, a pesar de su alarmante incremento. Hoy, la tesis de que existe un interés compartido entre criminales y gobierno para hacer desaparecer a los desaparecidos cobra sentido. Ahí están los números, los nombres, los familiares —cónyuges, madres, padres, hermanos— que exigen al menos el consuelo de una cristiana sepultura. Es un drama que conmueve e indigna, por la indefensión ciudadana y la indiferencia o incompetencia de las autoridades. Es tiempo que los encuentros de las autoridades con los grupos relacionados con los desaparecidos muestren resultados o, al menos, se actúe y apliquen recursos para fortalecer a las instancias técnicas para esclarecer hechos e identificar restos humanos. Ante la negación, las autoridades deben tener presente los informes del INEGI sobre percepción en inseguridad, antes utilizados como evidencia de avance, ahora indican que la inseguridad va en aumento.
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