
Genio y figura
Era Día del Niño y, por supuesto, también de la niña, pues lo inclusivo no resaltaba diferencias sin necesidad.
Bajo la presidencia de Álvaro Obregón se había hecho oficial el 30 de abril, desde 1924, para recordar que esa población vulnerable también tenía derechos.
Quedó en simple enunciado, pues nada cambió al interior de los hogares mexicanos, donde el padre alcohólico golpeaba como siempre a sus vástagos cuando le daba la gana y la madre sumisa se plegaba a la voluntad del mandril.
La festividad no permeó en la clase popular que la veía de lejos como fiesta de ricos, mientras en la clase media, sí se buscaba agasajar a “los reyes del hogar”.
Para la radio y la televisión, de los años 60, era un nicho insuperable de ventas, para circular los productos de entonces.
Los comerciales bombardeaban con anuncios de Chiclosos Toficos, Vaquitas Wongs, Gelatinas Je-llo, Donas Bimbo, Chicles Bomba, Bomboncico, paletas Tutsi, Chocomilk.
Muñecas, sus casas, soldaditos, carros de pedales, cochecitos a escala, pelotas, arcos con flechas de punta de goma, cuchillos de plástico (como el de Tarzán), eran algunos de los artículos soñados por infantes.
En aquel Distrito Federal, había una tienda ubicada en la Avenida Insurgentes, que se dedicaba exclusivamente al ramo de la juguetería, ARA.
Canicas, matatenas, loterías, juegos de mesa, trompos, baleros, yoyos, luchadores de plástico, boxeadores de madera, maquinitas de coser y tocadores de lámina, se ofertaban en los mercados de las colonias y también se vendían más en esta fecha.
Para todo lo referente a los deportes existía Pinedo Deportes en Insurgentes casi esquina con Tlaxcala. Ahí admirábamos los bates, manoplas, pelotas de beisbol, tenis, balones profesionales (aquellos de gajos de puro cuero), gorras, mesas de ping pong, raquetas y hasta kayaks.
Aun cuando la expectativa infantil apuntaba a lo más caro y selecto, la realidad te ponía en tu lugar cuando recibías, si bien te iba, una pelota de plástico, una bolsa de canicas y alguna prenda de vestir de tías o abuelitas.
Uno de mis más preciados regalos lo recibí al mismo tiempo que mi primo el Pato. Un camioncito de redilas hecho de pura madera, que era en realidad una obra de arte, en donde podíamos echar otros juguetes y jalábamos con una cuerda.
En mi núcleo familiar, hay que reconocerlo, éramos muy apapachados; desde mi mamá que se pulía con algún pastel o pay, hasta mis tías Nena, Adela, Tella y hasta la tía abuela Marucha, quienes siempre tenían alguna sorpresita para sus niños.
Las comidas, ciertamente, eran inenarrables, puro sabor yucateco: Queso relleno, papadzules, relleno negro, sopa de lima, ajiaco, puchero, frijol con puerco, lentejas al estilo fabada y la inefable cochinita pibil, manufactura exclusiva de la autora de mis días.
De muy pequeños el Día del Niño gozábamos de ciertas libertades que se nos negaban el resto del año. Podíamos jugar hasta más tarde en la calle y veíamos televisión en horario para adultos.
Las exigencias infantiles de esos años cuando las cosas eran finitas y existían los límites, no iban más allá.
Hoy todo es infinito y los límites han desaparecido. Las infancias tienen una inteligencia más desarrollada y controladora.
Pero eso sí, mientras no se invierta el orden natural de la vida, los niños serán niños… y niñas… Infantes.