
Hablando en serio/Santiago Heyser
Hoy que escribo estas líneas me aparto de la temática acostumbrada en estas entregas, pero en el ámbito social es muy popular la celebración del Día de la Madre que permea en todos los hogares mexicanos, por lo que haré referencia a los eventos y tradiciones para festejar a la Madre en algunas etapas de mi vida.
Durante los años de infancia fue en el ámbito escolar en donde iniciamos a festejar a nuestra madre con un festival conmemorativo el día 10 de mayo de cada año y en dos escuelas en donde estuve, como lo fueron la Hermanos Aldama y la Miguel Alemán, se organizaban festejos muy extensos, ricos en diferentes expresiones artísticas como la poesía, el canto y el baile, así como la infaltable entrega de regalos. En la escuela Miguel Alemán había maestros muy entusiastas y perfeccionistas que se esmeraban con mucha anticipación a preparar un programa de buen nivel para festejar a las Madres, allí mis hermanas participaron en bailables y escenificaciones teatrales, en tanto que yo fungí durante dos años como maestro de ceremonias, tenía once o doce años y les pareció muy fuera de lo común que siendo tan chico no tuviera inhibición ante el micrófono y expusiera la presentación del programa de memoria sin guía escrita; obviamente mi madre Catalina Hernández Ávila se sentía muy orgullosa de sus hijos participantes.
Ya durante la escuela secundaria en la ETIC número 13 los festivales se efectuaban en la cancha de basquetbol en la parte posterior que aún conserva una puerta muy derruida por la calle Aquiles Serdán; al fondo de la cancha se construía un tapanco que hacía las veces de escenario y al frente las filas de sillas si faltara espacio se ocupaban las gradas de dicha cancha; en esos festejos participaban los maestros, los alumnos y el personal administrativo, recuerdo a las secretarias de la Dirección la Srita. Mancilla y la Srita. Loretito, ahora abuelas muy respetables y reconocidas en la localidad; algunos compañeros buenísimos para declamar y no podía faltar la Rondalla de la Pre Vocacional.
Pero una de las épocas más bonitas sobre los festejos del Día de las Madres ha sido sin duda en mi vida la etapa de la Escuela Preparatoria de León, porque antes del festival oficial en la escuela nos organizábamos un grupo de compañeros integrados por Juan Vázquez, Ángel Vázquez, Armando Vieyra Flores, Antonio Candelas, Constantino Maciel y su servidor como un grupo musical y teníamos un repertorio muy amplio, nos concentrábamos al cuarto para las doce afuera de la Escuela Preparatoria en al calle Álvaro Obregón y allí nos esperaban un grupo de diez a quince compañeros para llevar serenatas a nuestras madres hasta el amanecer; para que fuera equitativa y democrática la programación de las serenatas, teníamos prioridad los integrantes del grupo, después los que proporcionaban los vehículos y luego los demás dependiendo de las zonas geográficas de la ciudad en donde nos encontrábamos y a veces hasta les tocaba antes que las prioridades señaladas, para no regresar por el mismo rumbo. La cuota de la serenata era cantar tres canciones aparte de las Mañanitas y la despedida que era la misma para todas. Han de entender los amables lectores que terminábamos desvelados, afónicos y aquellos que tomaban en demasía hasta crudos; las anécdotas que podría contar sobre todos estos episodios no alcanzarían el espacio que hoy me cede este prestigiado periódico.
Retornando al tema sobre el Día de las Madres vale la pena remembrar los regalos clásicos o usuales que escogíamos para nuestras mamás en aquellos años; yo creo que la selección de los mismos correspondía también a la clase social y a la situación económica en que nos ubicábamos, porque siempre escogíamos objetos domésticos, enseres de cocina o hasta instrumentos de trabajo para nuestras queridas madres, pero que hacían falta en el hogar, tales como planchas, licuadoras, exprimidores de jugos, vajillas, juegos de cocina como cacerolas, ollas exprés, etc. Y ahora pienso ¿por qué no seleccionábamos o nos cooperábamos entre los hermanos para obsequiar mejor un lindo vestido, algún perfume o joyería, como un anillo, alguna pulsera, un reloj, collar, etc.?, nada de eso, tenía que ser algo para que nuestras mamás trabajaran o les sirviera en sus quehaceres del hogar. O sería que también nuestras madres contribuían con su abnegación y espíritu de sacrificio renunciando a su vanidad natural femenina y sacrificándose para tener mejores utensilios y herramientas para el hogar, en vez de dilapidar el dinero en otros objetos superfluos. ¡Bien por nuestras Madres!
Por último, no puedo dejar de referirme a los concursos clásicos sobre el Día de las Madres a que convocaban periódicos de la época, estaciones de radio, escuelas y algunos otros organismos, ofreciendo una premiación atractiva para los participantes ganadores. Pues bien, yo participé en uno que organizaba una radiodifusora local cuya denominación era “Carta a mi Madre”, el cual gané en una ocasión de las que participé y me regalaron una bicicleta.
En fin, solo me queda transcribir una parte del infaltable “Brindis del Bohemio” del poeta hidrocálido Guillermo Aguirre y Fierro, muy usual para este día (aunque también suele declamarse en la Noche Vieja previa al Año Nuevo), para colmo de mi cursilería maternal, he aquí las rimas: “brindo por la mujer, pero por una, por la que me brindó sus embelesos y me envolvió en sus besos: por la mujer que me arrulló en la cuna”.