
Confesiones/Norberto Gasque
Miles de años ha desde las antiguas civilizaciones, donde la virginidad femenina ha tenido un valor simbólico ligado a la pureza espiritual y moral, desde la Mesopotamia hasta la cultura Egipcia, pues se consideraba un requisito para el matrimonio.
Esa afinidad y coincidencia permeó tanto en la cultura Griega simbolizada por la diosa Artemisa y luego en la cultura Romana, donde tambien la virginidad de una mujer en edad de casar era vista como un signo de honor para la familia.
Obviamente que ya en la etapa histórica identificada como la Edad Media y en las posteriores se agudizó, mas que nada, por la expansion de la cultura cristiana.
En la actualidad y específicamente aquí en México y en algunas regiones más conservadoras y con mayor arraigo de la religión católica, como es la nuestra aquí en Guanajuato, aún subsiste esa concepción aunque ya atemperada por el mayor grado de culturización de la sociedad especialmente en el corredor industrial.
No obstante, cabe resaltar que sobre este ancestral tema se han reflejado de forma creativa, muchas veces ficticia, otras quizá con bases y sobre hechos reales, manifestaciones artísiticas como relatos, cuentos, novelas, obras de teatro y hasta películas; y precisamente hubo una etapa en España en que las posiciones conservadoras fueron de tal magnitud que parecieron enfermizas, propiciando problemas hasta psicológicos, tanto en los hombres como en las mujeres de esa etapa retrógrada como lo fue el Franquismo hasta mediados de los años 70.
Me parece que una de las obras maestras de la cinematografía que abordó el tema con genialidad fue la película “Ese oscuro objeto del deseo” del galardonado cineasta Luis Buñuel (1977).
La trama inicial con que atrapa Luis Buñuel a sus seguidores, proviene de la escena enigmática en donde un hombre de edad otoñal elegantemente vestido, desde la puerta de un vagón de primera clase de un tren que parte lentamente, parece dar la mano para que lo alcance una bellísima mujer jóven que corre haciendo esfuerzos para alcanzar a abordarlo y cuando por fin parece que lo logra, el hombre saca un balde de agua y se lo arroja bañándola de la cabeza a los pies, que la hace quedar petríficada y escurriendo el agua sobre su pelo y su rostro, viendo como se aleja el ferrocarril a mayor velocidad.
Esta escena inclusive durante un tiempo fue utilizada para elaborar una serie de comerciales televisivos, por su crudeza e incomprensión.
Y sobre esa escena, Buñuel construye a detalle toda la trama del filme en donde ese hombre solterón, maduro, de noble posición se obsesiona de su joven y bella empleada doméstica cuando se da cuenta por la expresión de ella misma de que es “mocita”, o sea, doncella o virgen y se esmera en conquistarla con esa idea, la de obtener su virginidad, pasando un sinnúmero de peripecias. Pero el contexto en general cobra relevancia, interés y crítica social por la época y situación de ultraconservadurismo en España y con mayor precisión en Sevilla donde se ubica la trama principal; además dan más brillo y otra dimensión a esta obra tanto el actor principal en la personalidad de Fernando Rey, como en las actrices Ángela Molina y Carole Bouquet quienes en una dualidad de interpretación hacen el personaje de “Conchita” precisamente la mujer que defiende su virtud.
Espero que los amables lectores puedan rescatar y ver esta cinta muy reveladora y de cultura general.
Ahora bien, en nuestro entorno social ha evolucionado y en los diversos estratos sociales ya no es tan trascendente esta situación física femenina y podríamos afirmar que en gran medida se ha roto ese mito sin que haya efecto alguno negativo, tan es así que en nuestra formación como penalistas nos atreveríamos a afirmar que de acuerdo a las estadísticas del Poder Judicial del Estado, seguramente el delito de Estupro ha tenido muy poca o nula incidencia, cuya figura protege como bien jurídico precisamente la falta de conocimiento en lo sexual de la víctima y la inexperiencia sexual, aunque solo en menores de 18 años.