
¿Ya la perdimos?
Urge un regulador independiente que defienda a las audiencias y no al poder
En México no necesitamos inventar el hilo negro. Lo que sí necesitamos —y con urgencia— es aprender de modelos que han logrado equilibrar la libertad de expresión, la pluralidad mediática y la regulación responsable del ecosistema digital y audiovisual. Francia nos ofrece una ruta clara y probada: ARCOM, la Autoridad de Regulación de la Comunicación Audiovisual y Digital.
Mientras en nuestro país se intenta concentrar el control del espectro, de las plataformas y de los contenidos en una sola instancia bajo la batuta del Ejecutivo —como lo proponía la polémica reforma de telecomunicaciones de la presidenta Claudia Sheinbaum—, en Europa se consolidan organismos independientes, técnicos y transparentes que protegen a las audiencias, promueven el pluralismo y sancionan con criterios claros y no con filias políticas.
ARCOM en Francia es un ejemplo funcional y vigente. Surgió de la fusión del antiguo consejo audiovisual (CSA) y de la autoridad antipiratería digital (HADOPI). Esta nueva estructura no solo regula la televisión y la radio tradicionales, sino también las plataformas digitales, redes sociales, servicios de streaming y hasta algoritmos de recomendación. ¿Su misión? Regular, sí… pero también proteger derechos.
En contraste, en México aún vivimos con reguladores bajo fuego o en riesgo de extinción, como el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), cuya desaparición se planteó en la iniciativa de reforma que fue ampliamente cuestionada por radios universitarias, medios comunitarios, expertos y organizaciones civiles. Y con razón: la vigilancia de los contenidos y el acceso al espectro no pueden ni deben quedar en manos del poder político de turno.
Lo que proponemos no es importar estructuras burocráticas por capricho, sino adaptar buenas prácticas internacionales a nuestro propio contexto cultural, legal y democrático. Un ARCOM a la mexicana podría:
Ser un ente independiente del Ejecutivo y del Legislativo, con autonomía técnica y presupuestal real.
Vigilar tanto a concesionarios como a plataformas digitales con criterios objetivos, progresistas y democráticos.
Defender a las audiencias frente a la manipulación informativa, la desinformación y los contenidos nocivos.
Proteger y promover la radiodifusión pública, comunitaria y universitaria, que tantas veces ha sido marginada en la asignación del espectro.
Garantizar la pluralidad de voces y el acceso equitativo a los medios, no desde el control político, sino desde la convicción de que más voces significan más democracia.
En resumen, necesitamos dejar de pensar en reguladores como herramientas de poder y empezar a diseñarlos como instrumentos de equidad y libertad. Porque regular no es censurar: regular es garantizar que nadie tenga el monopolio de la verdad ni del micrófono.
Ya lo dijo el filósofo francés Voltaire (quien, por cierto, también estaría a favor de ARCOM): “El derecho a decirlo todo incluye el deber de defender que otros también lo digan.”
¿ARCOM a la mexicana? Sí. Pero con dientes, con criterio y con independencia. Ya es hora de que las audiencias mexicanas tengan quien las defienda de verdad.