
¿Ya la perdimos?
Este es un breve recuento con recortes de experiencias vividas en distintos aeropuertos del mundo, que aunque intentemos no darnos cuenta, se convierten en torres de Babel, de vida cosmopolita y son parte fundamental en la experiencia de viajar.
A veces, viajábamos con boletos patito brincador, lo que nos permitió conocer una buena cantidad de instalaciones aeroportuarias.
En Montreal, el descomunal aeropuerto internacional de Mirabel, que hoy es un enorme elefante blanco, funcionó perfecto para cubrir las necesidades de los Juegos Olímpicos de 1976. En el otro extremo existía una pequeña terminal aérea, Maribel, a la que los taxistas insistían en llevarte de tiro por viaje; era un paseo de cerca de 100 dólares.
En alguna ocasión volamos directo del Benito Juárez, de la ciudad de México, al esplendido Schiphol de Amsterdam, donde desde entonces sólo un muerto podría perderse en sus pasillos.
Ya en los setenta mostraba la señalética más excepcionalmente clara, que igual podía entender un niño de kínder que un miembro en activo del club de la senectud.
Letreros en todos los idiomas, en braille, además de sillas de ruedas gratuitas, junto a anuncios con colorimetría inteligente y hasta guías para débiles visuales, lo hacían de verdad único.
En el Fiumicino no suelten para nada su equipaje, nos advirtieron algunos compañeros a quienes les tocó una amarga experiencia en Roma.
Y sí, algo sucedió, pero no fue un acto delictivo sino un descuido del distraído Carlos Suárez, quien tuvo que regresar a toda velocidad por un maletín que olvidó en una de las bandas de revisión y que encontró resguardado por el personal de la terminal aérea.
Estuvimos también en el Schwechat de Viena, que para aquellos años acababa de estrenar su segunda pista y contaba con todo género de facilidades y ventajas para el viajero, que además disfrutaba de la amabilidad y belleza de las azafatas de Austrian Airlines, por entonces catalogadas como las más bellas del mundo.
En Ellinikon, el aeropuerto internacional de Atenas hasta 2001, aterrizamos en un viejo Tupolev ruso de la línea aérea búlgara Balkan, que hacía un ruido que parecía que se desarmaba, debido a sus pocos sistemas de asistencia hidráulicos, pues los flaps y el tren de aterrizaje operaban mecánicamente, según nos dijeron.
En toda mi vida no recuerdo un aterrizaje tan perfecto, como si hubiéramos rodado sobre una mesa de billar. Todos los pasajeros, sin conocernos, brindamos un nutrido aplauso al capitán de la nave.
Cuando llegamos a Moscú en 1980, nos recibieron en el Sheremétievo con todo el rigor ruso de la época. Un agente aduanal curioso, quiso saber qué llevaba en una bolsa de papel de estraza -las restricciones eran mínimas-.
Sin nada qué esconder le mostré el contenido y le hice una señal con la mano cerca de la boca, para advertirle que era algo caliente. Como si fuera un experto veterano de la KGB mordió lo primero que extrajo y creo que hasta la fecha me recuerda; eran mis habaneros.
Por cierto, todos esos colegas que me tachaban de naco por llevar mis chiles, tuvieron que bajar la cabeza y pagarme un dólar por cada uno, cuando crecía la nostalgia por los sabores del terruño, allá en extranjia.
En Francia era una delicia aterrizar en un aeropuerto, salir de otro y tener todavía uno más por conocer. Llegamos al Charles De Gaulle, y para viajar a la Unión soviética partimos de Orly; nos quedó a deber el de Beauvais.
Del Vasil Levsky de Sofía, en Bulgaria, destacaba su extrema austeridad y la eficiencia de sus transportistas quienes, con equipaje y todo, nos pusieron en el hotel menos de 40 minutos después de nuestra llegada.
En contraste, el aeropuerto de Las Américas, en Santo Domingo, era una completa fiesta en todo momento, con música y gente bulliciosa, amable y servicial. Ahí, nos tocó que nos recogieran al pie del avión en una Limusina de la embajada de México. Ciertamente íbamos en misión diplomática.
En Nueva York, siempre llegamos al John F. Kennedy, nunca estuvimos en LaGuardia, ni Newark. En una ocasión veníamos de Milán y nos tocó la huelga de controladores aéreos. Como viajábamos por Eastern, tuvieron que pagarnos tres maravillosas noches en el Holiday Inn, que aprovechamos para pasear por la impresionante urbe.
Los aeropuertos no merecen ser ignorados. Son las puertas de entrada del mundo para el mundo. Su crecimiento ha sido exponencial a la par de la oferta turística alrededor del planeta y mientras no exista la teletransportación, serán parte importante de nuestras vidas.