
El acero y aluminio de México
No me refiero a aquellos que ejercen autoridad, sino a otros que son más determinantes; los patrones de conducta en materia de comunicación humana.
Hace apenas medio siglo, todo se hacía frente a frente, de persona a persona, cachete con cachete, pues eran escasas otras posibilidades; si acaso una Celestina influía en las relaciones de pareja, con el clásico que dice ella y la respuesta del que dice él.
El whats de mi época de cecehachero, era el recadito garabateado en papel o la hoja del álbum de dibujo con hartas ilustraciones y frases románticas.
Mi primera novia en el CCH Vallejo, era una chica divertida con la que siempre la pasaba excelente, pero llegaron las vacaciones.
No nos vimos durante todo el periodo de descanso. Yo no le pedí su número telefónico y a ella no se le ocurrió dármelo; pero fue mejor…
Aunque nos veíamos todos los días de 7 a 1, yo pasaba tardes enteras formado en la fila del teléfono público; teníamos chance 3 minutos para intercambiar arrumacos y cuando se terminaba el tiempo me formaba nuevamente al final de la fila para otros 3 y así dos, tres y hasta cuatro veces.
Para comunicarse conmigo, había que marcar al número telefónico del estanquillo La Guadalupana (11-20-53) de don Graciano y doña Maca, en una accesoria junto a la entrada de nuestra casa. Ellos nos derribaban la puerta a golpes para avisarnos que teníamos llamada.
Mientras aumentaba la cantidad de números telefónicos en domicilios particulares, pasaron centurias sin que nada evolucionara. El correo, ha sido desde siempre como lo es ahora, igual de ineficiente. Se regresaba de las vacaciones antes de que llegaran las postales de saludos.
Existían, eso sí, telegramas y los muy eficientes giros postales para envío de dinero, que se hacían efectivos en las oficinas de Correos y Telégrafos, con la posibilidad de adjuntar un mensaje de cinco palabras, abuelos de las actuales transferencias bancarias.
Las llamadas de larga distancia tenían un alto costo, tanto a nivel nacional, como internacional; además de ser difíciles de concretar, sobre todo desde el otro lado del charco.
Para llamar desde Bulgaria a México, la petición telefónica se originaba en Sofía, la capital búlgara; de ahí llegaba a Roma, de Roma a Nueva York y desde la urbe estadounidense a la ciudad de México.
Incluso en coberturas destacadas como Universiadas o Juegos Olímpicos, si se corría con muy buena suerte, en media hora lograbas conectarte para pasar tu información y cada segundo era oro molido en materia de tiempo-aire.
Las agencias internacionales de noticias transmitían a través de teletipos, armatostes más ruidosos y estorbosos que R2-D2, el robot de La Guerra de las Galaxias, regularmente resguardados en un cuartito, sonaban una campanita insistentemente para avisar de las notas urgentes de última hora.
El timbre del teléfono siempre nos hacía brincar el estómago, por el misterio que entrañaba saber quién llamaba.Tal parece que fuimos una generación de hierro por todo lo que tuvimos que arrostrar en la prehistoria de los medios periodísticos.
El celular y los teléfonos satelitales, cambiaron por completo el mundo. En la vida cotidiana, el celular -cómplice y verdugo- hubiera cambiado millones de guiones en las relaciones de pareja de los 80 y 90.
La comunicación hoy, al parecer, no tiene límites, y corresponde a las nuevas generaciones marcar la pauta.
La inmediatez ha vuelto frágiles a las generaciones que, en la mayoría de los casos, ya no saben de paciencia, nada quieren posponer (ralentizar) ni les interesa nada que atente contra su muy deteriorada fortaleza mental; todo lo quieren ya, preciso y conciso.
Así lo demostró recientemente una conductora de adn40, quien era de mis favoritas, ya no, pues estuvo a punto de convulsionar al aire, al referirse a lo que le desquicia la entrada de una llamada telefónica a su celular.
Los nuevos códigos, según ella, obligan a avisar primero por mensaje que quieren hablar contigo y saber si estás disponible. No cabe duda que tanta evolución a lo largo de la historia ha servido para involucionar la comunicación humana… Qué pena.