
Entrenar a sacerdotes/Paty Sánchez
Me declaro beatlemaniaco irredento, tanto como ignorante en materia musical, porque antes de escuchar La Flaca Sally, con el cuarteto de Liverpool, la había oído con el grupo mexicano los Hooligans y creía que los británicos se habían fusilado a los nuestros. Me atropellaba el efecto de Orfeón A Go Go.
El primer long play que adquirí de los copiones, fue Conozca a los Beatles, en el que un muy visionario redactor, escribió algo más o menos así: “Cuando dentro de 20 o 30 años la gente se pregunte quiénes fueron Los Beatles, lo único que tendrá qué hacer, es ponerles este disco”. Eran mediados de los 60.
Por aquel entonces todavía estudiábamos la secundaria y recuerdo que los más aferrados con los Beatles, éramos Juan Stack, el cochinito Zepeda, mi primo Pato y su servilleta. Sencillo que salía, sencillo que compraba e igual con los de larga duración. A todos los demás les gustaban, pero sus prioridades eran los deportes callejeros y, para no invertir, preferían escuchar nuestros discos.
Por supuesto, los Beatles no eran los únicos, estaban los Rolling Stones, Grand Funk, Beach Boys, Credence Clearwater Revival, Kinks, Herman Hermits, Dave Clark Five, Monkees, Doors y grandes solistas como Donovan, Johnny Rivers, Bob Dylan, Carole King, Tina Turner entre los comerciales, además de decenas más de creadores de buena música.
En 1964, el estreno de A Hard Day’s Night, ópera prima fílmica del conjunto inglés, rebautizada genialmente como ¡Yeah, Yeah, Yeah, Paul, John, George y Ringo! fue todo un acontecimiento. Nos llevó al gordo Zepeda y a quien escribe, a casi dormir al lado de la taquilla del cine Internacional, con aforo de más de mil personas, para ser los primeros en conseguir boletos para toda la flota. Repetimos la acción no menos de diez veces.
Justamente, fue en aquella época cuando, además de ir al cine, a Juanito, Joaquín y yo, teníamos otros intereses. Nos encantaba echar gorgoritos en las fiestas de cada fin de semana, ya sea en casa de la amiga Yolanda, o en la de mis primos Méndez y, la verdad, es que sin cigarro ni vino de por medio no lo hacíamos tan mal.
Increíblemente, vivimos como lejanos espectadores aquel despertar masivo por las drogas; ni siquiera le entrábamos a cervezas o licores. Éramos un grupo muy sano, con uno que otro buen estudiante. Juan ejecutaba la guitarra de 12 cuerdas magistralmente, el Cuino le pegaba bien a las percusiones y yo era algo bueno en las maracas y el pandero; los tres cantábamos.
Una tarde de sábado en nuestra clásica insurgenteada, cuando recorríamos a pie una buena parte de la avenida Insurgentes, fuimos a caer en la colonia Nochebuena, muy cerca del entonces Casino Royal, a un pequeño café propiedad de la rockera baterista Durcy Dennis.
La banda (Beto, Heri, Pato, El Hueso, Valdezinho, creo que Floch y compañía), nos lanzó al ruedo para echar un palomazo.
Poco chiviados pasamos al escenario, para ejecutar lo mejor de nuestro repertorio que incluía, además de los éxitos románticos de The Beatles, canciones de Chad & Jeremy, Everly Brothers, Beach Boys, Glen Campbell, Kenny Rogers y demás autores de baladas más o menos suavecitas.
Interpretábamos lo más fresón y digerible de los Beatles. Nos fue bien y algunos fines de semana llenábamos el lugar -con puros cuates y amigas- estas últimas a las que teníamos la ilusión de impresionar gratamente. Para lo chavos que estábamos, era una maravilla recibir cien o 150 pesos sábados y domingos.
Entonces, nos llegó la gran noticia. Durcy, gracias a sus relaciones, nos consiguió una oportunidad para presentarnos en el programa de Raúl Velasco, Domingos Espectaculares, que todavía se hacía en Televisión Independiente de México, (TIM) Canal 8, en las instalaciones que hoy ocupa Televisa San Ángel.
De entrada nos sentimos realizados y creo que imaginamos nuestros nombres en marquesinas luminosas. Parecía que la cantada había dejado de ser un hobby y ahora se presentaba como una real oportunidad de popularidad y dinero.
Ante el compromiso, con toda seriedad nos pusimos a ensayar en sesiones de varias horas al día. Improvisamos un rudimentario estudio en casa de Juan y desmenuzábamos cada canción para adaptarla a las voces que podíamos interpretar. El rigor de la perfección que buscábamos, en voces y ejecución de instrumentos, más que ayudarnos, nos destruyó.
Y así, una tarde en la sala donde ensayábamos, de pronto dejamos de divertirnos; nos atropelló el pánico escénico, la fama nos valió un cacahuate y nos dimos cuenta que la artisteada no era lo nuestro. No pudimos hacer nada más tonto que huir a escondernos al puerto de Acapulco.
A nuestro regreso, después de un tiempo pertinente, nos dimos cuenta que lo nuestro lo nuestro, era la chorcha con los cuates.
En este periodo, John, Paul, George y Ringo, se despacharon con creaciones como Rubber Soul (Girl); Revolver (And your bird can sing); Sgt. Pepper Lonely Hearts Club Band (LSD y She’s Leaving Home) y el más fumado de todos, antes del Blanco, Magycal Mystery Tour (Penny Lane).
Help!, segunda película del cuarteto inglés, se estrenó en 1965 en el cine Las Américas de la avenida Insurgentes. Disfrutamos a llenar de nuestras canciones favoritas I Need You, Another Girl, You’ve Got to Hide your Love Away, The Night Before, Ticket to Ride. La suerte estuvo totalmente de nuestro lado, pues un familiar del Cuinito era inspector de esa sala y cuantas veces quisimos -casi diario- entramos a ver el filme que nos aprendimos de memoria.
Nada impidió que siguiera la secuencia de los discos de los Beatles, cada uno de los cuales guarda secretos e intimidades que mantienen vivos los encuentros con esos años juveniles, en los que mis prioridades eran siempre lo más importante de lo menos importante y hoy significan un viaje mágico y misterioso a parte de lo mejor de mi vida.