Descomplicado/Jorge Robledo
Sin falsos triunfalismos, la llamada Marcha por nuestra Democracia en México fue una luz de esperanza para la defensa de las instituciones y el equilibrio de poderes en el país.
En datos conservadores, más de medio millón de personas participaron; fue una marea rosa que inundó al Zócalo de la ciudad de México, las principales capitales del país y ciudades del mundo en naciones como España, Portugal, Francia, Estados Unidos y Canadá.
El único orador, Lorenzo Córdoba, exconsejero presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), dio un discurso claro que se sintetiza en responsabilizar a quien ostenta el poder, de querer dinamitar la escalera democrática -construida durante 40 años- que lo llevó a la presidencia de México.
Por su parte, el presidente Lopez Obrador se refirió a la marcha como una muestra de que hay libertad en México, pero llamó alcahuetes a los intelectuales que particparon, los mismos que -señaló- se quedaron callados con los fraudes electorales en 1988, 2006 y 2012.
Al margen de ser ciertas las acusaciones del presidente, el mandatario tiene la oportunidad de quedarse sólo con la imagen del árbol, que se traduce en fraudes electorales que lo afectaron, o de ver el bosque de lo que ha madurado la democracia en México y que él mismo ha experimentado.
Por ejemplo, después de los conflictos postelectorales de 1988, se impulsó una reforma político-electoral (1990), al expedir el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) y ordenar la creación del Instituto Federal Electoral (IFE) creando las bases de lo que hoy es el Instituto Nacional Electoral (INE) que nació el10 de febrero del 2014.
Expresiones cínicas como la de Manuel Barlett Díaz en 1988, secretario de Gobernación cuando afirmó que: “se cayó el sistema”, o gritos sedientos de democracia como: voto por voto, casilla por casilla, en la cerrada elección en el 2006 entre Felipe Calderón y López Obrador, fueron peldaños que contribuyeron a la construcción de esa escalera democrática, que se ha ganado la confianza de los mexicanos, no es perfecta pero es funcional, es nuestra escalera y no se merece la hoguera.
La realidad es que esa incipiente institución electoral fue factor para sacar al PRI de Los Pinos en el año 2000, regresarlo en el 2012 y despacharlo para recibir a la cuarta transformación en el 2018, una transición pacífica de diferentes banderas políticas e ideologías.
En todos esos años, el único esfuerzo voraz y con tanta vehemencia por desaparecer esa escalera democrática es del presidente López Obrador y eso hace genuinas las sospechas de que quiere llevar la 4T a un régimen totalitario; también legítimo el levantamiento de miles de voces unidas que tienen claro que la democracia no se toca, ni las instituciones.
Sería ingenuo si no leemos entre líneas, que también la marcha sirve como una oportunidad para mostrar músculos partidistas, de organismos y, sobre todo, de grupos de poder que perdieron privilegios y que están en contra de la 4T, pero por lo menos en la forma, esta marcha fue mesurada y -al parecer- logró blindarse de tentaciones de proselitismo politico-electoral.
A pocos días de que inicien formalmente las campañas electorales, lo que sucedió este 18 de febrero debe recordarle al presidente que también gobierna para quienes no sucumben ante el encanto de la 4T y que el país tiene tropa para defender, desde sus trincheras, que México siga en marcha y con equilibrios.