Genio y Figura/Francisco Buenrostro
Don Fernando Marcos y Héctor Martínez Serrano, locutorazo, eran dos señorones del micrófono cuando me tocó alternar con ellos en una transmisión desde el famoso Palomar del Estadio Olímpico México 68.
Mi jefe Roberto Armendáriz Páez me mandó para “apoyarlos” en la transmisión del atletismo de los Juegos Universitarios Mundiales FISU 1979, a los que acudían los mejores exponentes de pista y campo del orbe.
Las cartas de presentación para justificar mi presencia al lado de esa pareja de súper profesionales, eran la cobertura de la Universiada 77 en Sofía, Bulgaria, y la Primera Copa del Mundo de Atletismo, en Dusseldorf, Alemania Occidental, en aquel entonces.
Después de recibir la orden, creo que me teletransporté al estadio, porque no recuerdo quién me llevó, si me fui solo o acompañado, en coche o camión… nada. Me ubico de pronto en la entrada de la cabina de transmisión, con el saludo de Héctor quien me presentó al maestro Marcos.
En ese momento, él transmitía la premiación de una prueba que recién había terminado. Con su extraordinaria cultura, don Fernando, sin ningún apunte en la mano o aparato alguno que lo apoyara, daba datos interesantes acerca del país de origen de cada uno de los ocupantes del podio.
Hablaba no sólo de sus capitales; sabía cuál era su moneda, sus comidas, los atractivos turísticos y hasta sus personajes ilustres. De ese tamaño era mi compañero de cabina.
Fuera de micrófono volvió a preguntarme mi nombre y cuando me mencionó al aire como narrador de la siguiente prueba, los 200 metros planos, no me sudaban las manos… me escupían.
Por fortuna, yo sí llevaba mis apuntes y alguien (debe haber sido un Ángel) me pasó la lista de participantes en la final que me tocó. Bajo la mirada escrutadora de mis compañeros eché la escuela por delante y puse al mil todos mis sentidos.
Hablé del clima, la temperatura, la gente en el estadio; el ruido que hacía y hasta cómo olía el ambiente. Entré a la parte deportiva y mencioné las cualidades y posibilidades de cada uno de los 8 finalistas, con algunos datos sobre su palmarés, enfocado en el italiano Pietro Menea, quien era al que más conocía.
La suerte estuvo de mi lado, porque desde el balazo de salida, Menea tomó la punta del grupo, que ya no soltaría hasta cruzar la meta en 19 segundos 72 centésimas, tiempo con el que marcó un nuevo récord mundial.
Acompañé su recorrido con gritos que me hicieron polvo la garganta, pero en cuanto cruzó la meta, don Fernando me hizo el quite y pinponeamos sobre la extraordinaria exhibición del atleta italiano, que fue finalmente una de las máximas estrellas de esos Juegos pues su récord estaría vigente más de 20 años.
El “bien hecho chamaco” de don Fernando Marcos me supo a gloria. Fue entonces cuando me armé de valor y le dije:
– ¿Se acuerda usted de una carta que le mandó hace años un estudiante de periodismo, en la que lo criticaba por elogiar una nota amarillista?
Dudó unos segundos y me respondió:
– ¿A poco eras tú?
-El mismo don Fer, le dije. ¿Imagínese usted lo que me significa este momento, después de que en aquella misiva usted descalificaba a quienes decidimos estudiar periodismo y yo le dije que en un futuro la labor periodística nos reuniría?
Con una mueca extraña me estrechó la mano y sólo pude decirle: “el momento llegó, gracias por el bautizo”.