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Perseverancia y tozudez son características inherentes a quien aspira a ser periodista profesional. Es a partir de esas cualidades que se consiguen cosas que para muchos serían casi imposibles.
Sólo que te das cuenta hasta que te pones, o te ponen, a prueba. Mi primer jefe en medios, el colmilludo director de las Revistas Pop y Gente, don Guillermo Magaña, me puso varios “toritos” que le agradeceré por siempre.
Su primera petición, se trató de un tema del que ya existía toda la literatura posible con plumas de bastante peso de mediados del siglo XX. Me pidió escribir sobre la Zona Rosa.
Busqué documentarme al respecto y opté por pasarme 24 horas enteras en la susodicha zona. Llegué con los barrenderos desde las cuatro de la mañana y transcurrí el día completo en sus calles, tome y tome notas. El resultado: una crónica al menos fresca y diferente sin aspiraciones al Pulitzer.
-Ya me fijé en tu estilo- me dijo don Guillermo.
-Ahora quiero que me traigas una investigación sobre el pulque- agregó.
Tres semanas en la biblioteca y salas del Museo de Antropología e Historia, dieron como resultado un trabajo que llamé “México. Maguey y Cuento”, en alusión directa al exitoso programa televisivo de Raúl Velasco “México, Magia y Encuentro”.
En lo personal me encantó saber del octli, la bebida de los dioses; todas las implicaciones religiosas y culturales del brebaje que más tarde se vulgarizó para convertirse en bebida del pueblo y alcanzar niveles sociales insospechados a partir del México de finales del siglo XIX.
Vino después un fotoreportaje de mi amigo y compañero Valentín Galas, al que solamente le puse pies de foto, con un poco de jiribilla. Las gráficas eran más que elocuentes sobre lo mal que lucían las elementos femeninas de la policía capitalina, todas parejo con minifalda.
Menos que dar una imagen que resultara agradable e infundiera respeto, se logró todo lo contrario. El regente capitalino de entonces, Octavio Sentíes Gómez, envió una carta a la revista para agradecer el señalamiento y, a los pocos días, se ordenó que las guardianas del orden usaran pantalones.
“Hombres necios que acusáis, Reforma Fiscal”. fue el título que le di a una entrevista con el titular de Hacienda de aquellos años, José López Portillo. Mi compañera Gilma García Díaz, concertó la cita y a la hora de la hora, me pidió que cumpliera yo con el compromiso.
Llegué 15 minutos antes de la hora pactada y esperé 60 minutos más para que me recibiera el funcionario. Me llamó la atención su amabilidad para con un reportero que a todas luces exhibía su novatez. Tuvo la paciencia de explicarme muy detenidamente de qué se trataba esa Reforma que haría historia en la economía de la Nación y me proporcionó material como si yo fuera a ser el autor.
Leí, leí y leí, volví para consultarlo más de dos veces y al final mi escrito tuvo su aprobación y, por supuesto, la de mi director. Don José y yo nos hicimos buenos cuates, pero jamás me imaginé que fuera a ser nuestro próximo presidente.
Para el mandamás de la revista, estaba listo para acometer otras empresas de interés periodístico y me mandó a entrevistar al “Chácharitas”, vendedor de antigüedades en la Lagunilla, quien le había negado entrevistas al propio Jacobo Zabludovsky y a Kippy Casado, conductora estelar del programa “Adivine mi chamba”.
Intenté cumplir con mi cometido desde el día que recibí la orden, pero me topé con pared. El hombre, rechoncho y bajito de estatura, era todo un personaje. Llegaba a su negocio alrededor de las 10 de la mañana en su Ford LTD del año y al descender del auto sacudía las manos ostentosamente para que pudieran apreciarse sus esclavas y anillos; portaba cadenas de oro en el cuello y tenía oro hasta en la dentadura; escondía parte del rostro con un sombrero negro tipo gángster.
De lunes a viernes atendía en su local detrás del mercado, pero los fines de semana salía para ponerse a un lado del eje vial, donde su grito a todo pulmón “¡Chacharitas, Chaaaaaacharitas!” lo identificaba con su clientela que era bastante por su bien ganada fama de comerciar antigüedades en muy buen estado.
Me rechazó junto con mi fotógrafo desde el primer contacto visual que tuvimos. Creo que jamás me escuchó, por lo menos en los primeros 29 días de mi insistente presencia.
Al día 30, cansado y molesto, nos invitó a pasar al negocio. Entre candelabros, estantes, lámparas, palanganas, cuadros, libreros, escritorios y muebles antiguos de todo tipo nos ofreció unas sillas desvencijadas y con un tono que pretendía ser amable, nos dijo -¿para qué soy bueno?-
Antes de que pudiera iniciar mi interrogatorio, expresó que era un hombre que representaba toda la fuerza cósmica del universo… “Tengo una misión en esta vida que yo mismo no entiendo y debo actuar siempre con humildad” -dijo- y continuó solito su rollo, sin que yo le preguntara nada; eso sí, sin perder de vista el lente de la cámara de Galas.
Tomé nota de cada uno de sus absurdos y así los plasmé en mi nota, que resultó ridícula, “felinesca”, desquiciada. Un resumen preciso del personaje, al que califiqué como el gran farsante con los pies bien plantados en la tierra. Un hombre que de tanto que preservaba no quería ni sabía expresar nada, ni le hacía falta, siempre con los bolsillos llenos de dinero.
Don Guillermo leyó y releyó mi texto sin hacerle una sola corrección. Más bien se veía divertido antes de mandarlo a talleres para su impresión en el siguiente número de la revista.
-Permítame definirlo, Gasque- dijo.
-Es usted metafórico, dichoso y populachero- apuntó.
Y así es. Desde siempre, me han gustado la metáfora, los dichos y el populacho; creo que son buenas formas para conectar con la gente.