
Descomplicado/Jorge Robledo
Lo mejor que ha ocurrido en medio de la tragedia por la revelación de las actividades criminales en el municipio de Teuchitlán, Jalisco es la indignación generalizada por el horror de lo descrito e imaginado a pesar de que la propiedad ya había sido intervenida por autoridades locales y federales, exhibidas por su negligencia, criminal omisión o quizá connivencia con los sanguinarios criminales, presuntamente del Cártel Jalisco Nueva Generación. Las imágenes han dado vuelta al mundo recreando el horror del exterminio. Los indicios señalan la existencia de un campo de reclutamiento, entrenamiento y ejecuciones; no importa la ausencia de hornos crematorios o lo que sea. Allí asesinaron a muchos jóvenes sin que las autoridades hicieran algo; además fueron colectivos ciudadanos y no autoridades las que dieron con el lugar.
El interés por el caso de Teuchitlán lleva la atención a muchos otros lugares semejantes y el uso generalizado de fosas clandestinas. El país vive en una situación semejante a una guerra civil. 200 mil homicidios y más de 50 mil desaparecidos en el gobierno pasado dan cuenta de ello; criminales y autoridades concurren en el propósito de ocultar los homicidios, tornando la estadística, ficticiamente, menos dramática.
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