
Genio y Figura/Francisco Buenrostro
Recorrer los poco menos de 20 kilómetros que separan a Jalostotitlán y San Miguel el Alto, Jalisco, en los 70, era casi una hazaña.
Por el camino de terracería con perdidos tramos de asfalto, circulaba un solo camión de pasajeros al día; hacia San Miguel, como a las 3 y de regreso a Jalos, como a las 8 de la noche.
O te ajustabas a esos horarios, o de plano, pedías un aventón.
Me tocó recorrer ese camino con mi amigo Gabriel Paredes, compañero de la nocturna del Simón Bolívar, cuando pretendíamos celebrar en la Feria de Aguascalientes, el final de la secundaria.
Iniciamos el trayecto una tarde cualquiera cuando Gabriel pasó por mí en un flamante Vocho. Estacionado frente a la casa, me llamó a grito pelón:
-¡Gasque, vámonos a Aguascalientes!-
Era como un conjuro y consulté con mi Jechu. Me interrogó sobre la finanza personal, que ella apuntaló con un Tolón (50 pesos).
Así, con poco menos de 100 pesos de aquellos, acepté la invitación del Gaby, para hacernos al asfalto carretero, que arrostramos con el mejor ánimo de los 18 años.
Cante y cante recorrimos los primeros kilómetros después de la caseta de Tepozotlán, hasta que el hambre nos hizo presa y decidimos detenernos poco antes de llegar a Querétaro.
Lo siguiente, es de película:
Acababan de servirnos apetitosas viandas, cuando sin saber de dónde ni cómo, se apersonó el hermano mayor de Gabriel -dueño del Vocho en el que viajábamos- . Del pleito entre carnales, derivó quedarnos sin transporte, pues su brother prácticamente le decomisó el auto.
Con la mochila al hombro, nos vimos abandonados en un punto carretero, vapuleados, pero eso sí, sin los sueños rotos. Nuestra meta era Aguascalientes y hacia allá nos dirigimos.
¿Un paso atrás? ¡Ni para agarrar vuelo!
Tuvimos buena suerte. En menos de media hora conseguimos un aventón justamente hasta Jalostotitlán, pero con alguien que nos cambió por completo la jugada.
Nos aseguró que la Feria de Aguascalientes ya había terminado y nos recomendó las fiestas de San Miguel el Alto, próximas a iniciarse.
Caímos redonditos y, como de lo que se trataba era de divertirnos, apuntamos las antenas hacia el prometedor poblado jalisciense. Gabriel, ranchero hasta las cachas, me obsequió el único sombrero campirano que tuve en mi vida, comprado en el meritito Jalos.
Era aún temprano y no estábamos dispuestos a esperar hasta las 3 para irnos en camión. Volvimos a activar el pulgar y un camión cargado de piedras, nos llevó al destino previsto.
Coronados con sendos sombreros, descendimos de la caja del materialista, para toparnos con un verdadero pueblo fantasma. Una plaza principal totalmente vacía y un restaurante “Los Equipales” sin un solo comensal, no eran la mejor carta de presentación. Pero ya estábamos ahí.
En los portales una señora nos vendió comida y nos recomendó el Hotel González, a donde llegamos para bañarnos y descansar un rato, mientras pensábamos cuál sería nuestra siguiente acción, pues no pensábamos quedarnos. Faltaba lo mejor.
Al pardear la tarde salimos a caminar para saber a dónde habíamos llegado y sucedió algo que lo cambiaría todo. Frente al portón de una vivienda cercana al hotel, aparecieron dos ángeles caídos del cielo. No había otra explicación posible.
El término embelesados no describe con exactitud cómo quedamos ante tanta belleza. El propósito de irnos de ahí quedó inmediatamente cancelado.
Por si su belleza física fuera poca, nos cautivaron con su trato amable y su sencilla y directa coquetería.
Y era nada más la punta del iceberg. De pronto pasó frente a nosotros un desfile de bellezas auténticamente de concurso.
Se notaban a leguas las influencias francesas e italianas de la gente que llegó hace años a poblar los Altos de Jalisco.
-¿Van a ir al baile?- nos preguntaron.
-¿Dónde va a ser?- respondimos más puestos que un calcetín.
-Ahí junto a presidencia, nomás sigan a la gente- fue su respuesta.
Cada quien con su cada cual estuvimos en la celebración del cumpleaños de una de las hijas del presidente municipal.
No sólo nos llevaron al baile, regresamos a San Miguel el Alto, más de 5 veces en los siguientes meses, para vivir las experiencias que se disfrutan a plenitud en los dulces 18.