
Genio y figura/Francisco Buenrostro
Por si fueran pocos los asesinatos, en años recientes aumentan de manera relevante los desaparecidos. El homicidio es tragedia mayor e irreparable; enlistarse en la condición de desaparecido representa una herida permanente que impide reconciliarse con la pérdida. La familia, especialmente las madres, esposas e hijas, literalmente se vuelven almas en pena buscando, al menos, una evidencia tangible de la partida de su ser amado. Ante la magnitud del problema surgen colectivos de mujeres en búsqueda de desaparecidos, de lo que queda de los que fueron asesinados. Siempre ha habido personas masacradas cuyos restos son deliberadamente escondidos.
Es un registro histórico de un país que normaliza la muerte a gran escala, más ahora cuando los criminales violentos cobran relieve porque el espectáculo de la muerte no sólo es consecuencia inevitable de la actividad delictiva, sino parte del negocio y para amedrentar personas, someter autoridades y vencer adversarios. La exhibición de la muerte tiene otra cara de la moneda: el ocultamiento de los ejecutados.
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