
Ricardo Monreal, el ataque
El peligro silencioso de las bebidas energéticas
Vivimos tiempos de sobrecarga constante: jornadas laborales que se extienden, pantallas encendidas hasta altas horas, y la exigencia de rendir al máximo bajo la presión de metas cada vez más ambiciosas. En este contexto, las bebidas energéticas han irrumpido como un “remedio rápido” contra el cansancio. Sin embargo, más que ofrecer energía real, su combinación de altas dosis de azúcar, cafeína, taurina y guaraná –ingredientes que bloquean nuestra señal de fatiga– pone en riesgo la salud de millones de mexicanos.
Según recientes estudios, entre 2020 y 2025 el consumo de estas bebidas en adolescentes creció un 8 % en México. Esta alza coincide con un aumento de hipertensión, taquicardias y resistencia a la insulina en población juvenil, señales preocupantes de un futuro con enfermedades crónico-degenerativas anticipadas a temprana edad. Estamos educando a una generación para ignorar el cansancio, cuando lo que el cuerpo demanda es descanso y recuperación.
La investigación pionera de la Universidad de Guanajuato, liderada por la Dra. Silvia del Carmen Delgado Sandoval, revela el mecanismo: la cafeína bloquea los receptores de adenosina –el neurotransmisor que regula el sueño–, mientras que el exceso de azúcar erosiona el esmalte dental y dispara picos de glucosa. Estos compuestos, combinados, ofrecen una sensación efímera de alerta que se traduce, horas después, en una “resaca” fisiológica: mareos, dolor de cabeza y un cansancio más profundo.
Las alternativas existen y deben promoverse de forma urgente. Primero, legislar con base en evidencia: regular la publicidad dirigida a menores y limitar la venta en entornos escolares y laborales. Segundo, fortalecer los sellos de advertencia en el etiquetado –no basta un pequeño rectángulo negro–, acompañados de campañas masivas que expliquen sus riesgos reales.
Tercero, y quizá más decisivo, redefinir nuestras rutinas laborales y académicas:
Pausas activas obligatorias cada dos horas, con ejercicios de estiramiento y desconexión digital.
Educación emocional y manejo del estrés desde la secundaria: técnicas de respiración, mindfulness y administración del tiempo.
Fomento de la hidratación saludable, promoviendo el consumo de agua, infusiones naturales sin estimulantes y alimentos ricos en nutrientes.
Las universidades tienen aquí un papel clave. No sólo como generadoras de datos, sino como laboratorios vivientes donde se prueben y popularicen estas prácticas: introducir módulos de “bienestar integral” en los planes de estudio, ofrecer talleres gratuitos de ergonomía y descanso, e instalar estaciones de hidratación saludable en bibliotecas y cafeterías. Asimismo, los centros de investigación y las facultades de nutrición y psicología pueden diseñar programas de acompañamiento para estudiantes y personal, combinando asesorías nutricionales con sesiones de coaching emocional.
Porque rendir sin descanso no es sinónimo de productividad, sino de agotamiento crónico. México merece una cultura laboral y estudiantil que respete el ritmo natural del cuerpo y promueva el cuidado preventivo por encima de los “parches temporales”. Si queremos sociedades más saludables y resilientes, empecemos por reconectar con nuestras necesidades biológicas: dormir lo suficiente, alimentarnos sanamente y movernos con conciencia. Solo así transformaremos la sobrecarga en fortaleza y la sobredosis en responsabilidad colectiva.