
Columna descomplicado/ Jorge Robledo
No se sabe qué daña más: el rencor genuino, ese que nace de las vísceras o el del cálculo perverso. Políticamente, el rencor ha probado ser el recurso más eficaz para ganar adhesión en estos tiempos del populismo en el poder. No queda claro si es social o político el rencor hacia el pasado, pero mucho de lo peor del pasado se asemeja a lo que se está construyendo desde que López Obrador llegó al poder.
Pesa sobre el pasado, ya no tan inmediato porque el obradorismo tiene ya siete años en el poder, la mancha de la corrupción y el abuso -que persisten-; pero, a partir del escándalo llamado Casa Blanca, todo cambió. El error fue doble y la herida profunda; doble porque no es aceptable que un beneficiario de obra pública haga negocios con el círculo familiar presidencial y porque la respuesta fue una ofensa, una afrenta impensable e inimaginable por un presidente en apuros.
El escándalo es agravio y se profundiza cuanto se entrevera con las dificultades económicas. La Casa Blanca se asemeja a la Colina del Perro de López Portillo. También, aunque en circunstancias diferentes, con la Casa Gris del hijo de López Obrador y, recientemente, con la casa del exgobernador Diego Sinhué en Houston. Las propiedades en EU de mexicanos corruptos son de larga historia y están documentadas por las autoridades de ese país, aunque hagan uso de prestanombres o inventos de empresas creadas en Delaware. Dice Gerardo Fernández Noroña en la construcción del segundo piso de la transformación que la política no es voto de pobreza.
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