Licencias/Norberto Gasque Martínez
Luego de conocer los resultados de las elecciones del pasado dos de junio me quedó muy clara la razón que llevó a millones de mexicanos a votar por la aplanadora morenista, obedeciendo sin cortapisas la orden (que no solicitud o petición) de su líder supremo… “Voten todo Morena, para todos los cargos, sin excepción”.
Me explico, si bien es una razón que ya había apuntado en algún texto hace tiempo, hoy me queda completamente confirmada esta hipótesis y pongo como antecedente que llegar a esta conclusión ha sido todo un proceso, que iré detallando.
En un principio, pensé que hace seis años fue elegido López Obrador por un ánimo de esperanza, de que podía hacer un cambio en nuestro país, acabando, tal como lo aseguraba él mismo, con la corrupción que carcomía a la sociedad de nuestro país y que, por cierto, tras su llegada al poder, lejos de desaparecer, ha crecido de manera exponencial, principalmente por la falta de transparencia y reglas de operación en los programas, sobre todo de tipo social.
Mi siguiente pensamiento, que en parte fue confirmado por muchos comentarios que en redes sociales y de viva voz escuché, fue el del rencor, el del odio hacia el partido hegemónico que durante más de 70 años gobernó a nuestro país, como lo es el PRI, y al que, a través de Enrique Peña Nieto, se le dio una nueva oportunidad, fracasando flagrantemente, aunque el actual presidente no lo toque en sus críticas ni con el pétalo de una rosa. Y es que lo peor del Revolucionario Institucional, en sus épocas más oscuras, ahora forma parte de Morena, empezando por el que despacha desde Palacio Nacional.
Para tratar de resumir mi punto obviaré otras posibles explicaciones para el apabullante triunfo de Morena en las más recientes elecciones, como son la amenaza directa de perder las becas y pensiones; el regreso del neoliberalismo o la esperanza, cada vez más lejana, de que mejoren en el país temas como la seguridad, la salud o la educación.
Lo cierto es que, al menos para mí, no existe otra mejor explicación para la popularidad inagotable de López Obrador que la devoción y la fe, porque puedes poner en tela de juicio el actuar de un simple hombre, pero el voto duro a favor no de Morena sino del propio AMLO cae en un tema religioso, de dogma, que no requiere ninguna prueba para creer y que soporta cualquier acusación en su contra, porque lo único que importa es creer.
Independientemente de la religión que usted profese, me entenderá si le digo que usted jamás dudaría de su Dios, llámese como se llame, y no me malentienda, no estoy poniendo al presidente a la altura de Jesús, Mahoma o Buda, vaya, ni que yo fuera Atollini, no, quienes lo ponen a ese nivel son sus seguidores, ciegos por su fe, obnubilados por su retórica, hambrientos de promesas de su mesías, no promesas que vaya a cumplir, porque él nunca ha cumplido nada, simplemente para darles una razón de existir.
Debido a esta teoría es que López Obrador seguirá en el poder, a través de alguien más, pero en el poder, aunque no hay que olvidar que las personas también llegan a cambiar de religión, de fe, de dogma, cuando se dan cuenta que están alabando a un ídolo de barro, porque tal como señala una frase que se le adjudica al presidente norteamericano Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todas las personas una parte del tiempo y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo”.