
Falso dilema
Los seres humanos, por lo general, estamos llenos de defectos y virtudes, los que más, los que menos, siendo uno de los errores más comunes el de generalizar.
Me explico, pese a que, si hay algo que nos identifica, es que todas las personas tenemos características que nos hacen únicos y especiales, para bien o para mal, tenemos esta pésima costumbre de generalizar, estigmatizar, prejuzgar o como guste usted decirle.
Si alguien es político, de seguro es corrupto; si es periodista, es mentiroso; si es abogado, es transa… Y así por el estilo para cualquier profesión existe una presuposición, casi siempre negativa, en muchos casos con la justificación idiota de “por unos, pierden todos”.
Claro que este afán por generalizar se acaba cuando nos pisa algún callo, cuando nos alude de alguna manera, porque para los hombres, y para muchas mujeres inclusive, no hay mejor explicación cuando alguien comete una pifia al conducir un vehículo que la peyorativa frase “tenía que ser vieja” o, en contraparte, escuchar a muchas mujeres que tienen una mala experiencia en alguna relación pregonar que “todos los hombres son iguales”.
Esta generalización la aplican también para muchos otros grupos sociales, como quienes deciden tatuar su cuerpo, a quienes, todavía hoy en día, se les tilda de delincuentes.
Estos son sólo algunos ejemplos de cómo la sociedad tiene verdadera fascinación por juzgar a quien sea, por la razón que sea, al fin y al cabo también esos que generalizan serán generalizados, juzgados, es simplemente aplicar el ojo por ojo y diente por diente, hasta quedarnos todos ciegos y chimuelos.
Difícilmente, alguien se salva de estereotipar a los demás, de clasificarlos, calificarlos y asignarles una etiqueta genérica, la que a nosotros nos parezca mejor, sobre todo, en base a su credo, raza, religión o preferencia sexual.
Quizás, haciéndole un poco al abogado del diablo, pero sin justificar en algún momento, se pudiera explicar este fenómeno también con la actitud muy humana de querer encajar y copiar conductas para pertenecer a algún grupo social, sin importar que con ello perdamos la oportunidad de ser originales, únicos, especiales, como en realidad lo somos todos, y terminemos siendo generalizados.
Lo cierto es que si consideramos a las personas sólo como “fresas”, “nacos” o “Godínez”, por su aspecto, forma de hablar o las personas con las que se juntan, estaremos perdiendo la oportunidad de conocer realmente a gente extraordinaria con la que pudiéramos tener muchas cosas en común, o tal vez no tantas, pero que pueden resultarnos interesantes y aportarnos algo valioso en nuestro propio desarrollo.
La clave es, según considero, el respeto, que nos permitirá conocer a las personas antes de juzgarlas, antes de generalizar y crearnos una imagen alejada de la realidad de cómo son realmente aquellos que nos rodean, ya que podríamos llevarnos muchas sorpresas, casi siempre, positivas.