Punto y Aparte
Gruñón, un amable lector, nos comenta: “¿Por qué nos cuesta tanto trabajo ser felices?, a veces creo que soy solo yo, pero luego veo que le pasa a la mayoría que son felices un momento y después ya no”.
Estimado Gruñón: Comencemos por el principio y entendamos de qué estamos hablando, ya que la felicidad se confunde con muchas cosas; felicidad, de acuerdo con el diccionario significa: “Estado de grata satisfacción espiritual y física.” Luego entonces la felicidad no es sinónimo de alegría, bienestar, estar contento o placer. Acerca de éste último, escribimos hace algunas semanas que uno de los errores más comunes que cometemos es confundir el placer con la felicidad y no nos damos cuenta de algunas diferencias básicas. Lo primero, es que el placer tiene que ver con los sentidos y la felicidad tiene que ver con lo espiritual, con lo que somos; y comentamos dos de sus características para no confundirlos: el placer se termina, la felicidad no; el placer hastía y la felicidad no. Al margen de la distinción semántica, si profundizamos un poco observaremos que: basados en la propia experiencia humana, la felicidad es un estado de la mente, es una actitud consciente que tenemos ante la vida, resultado de tener claridad acerca de quiénes somos y de comprender que nada tiene que ver con lo que es externo a nosotros y que tampoco es un estado de éxtasis permanente.
La mayoría de nosotros generalmente cometemos los mismos errores al buscar ser felices y nos dimos a la tarea de hacer una lista de ellos, que, si bien no es concluyente, explica las principales razones de nuestra infelicidad. Podríamos enumerar entonces que somos infelices porque: 1.- No somos conscientes, no nos damos cuenta que la felicidad tiene que ver con nuestra esencia como seres humanos, con nuestra propia espiritualidad; 2.- No vivimos la vida cuando sucede, en el ahora, en el momento presente (o estamos añorando el pasado o estamos esperando un mejor futuro); 3.- No aceptamos la realidad y luchamos contra ella; 4.- Creamos expectativas o esperamos “milagros” que no se cumplen; 5.- Creemos que la felicidad es algo que obtenemos y es externo a nosotros; 6.- Creemos que necesitamos a alguien; 7.- No hacemos lo que queremos; 8.- Estamos estáticos en lugar de estar en movimiento, creciendo y viviendo. 9.- No razonamos y dejamos que los condicionamientos culturales, religiosos y la educación que recibimos determinen nuestras vidas sin evaluarlos ni cuestionarlos; 10.- No nos hacemos responsables de nuestra vida y de nuestras acciones.
El primer error es que no somos conscientes de nosotros mismos, olvidamos que somos seres espirituales teniendo una experiencia terrenal y no al revés (Ojo: esto no es un concepto religioso, es una realidad metafísica. “Metafísica: Parte de la filosofía que trata del ser, de sus principios, de sus propiedades y de sus causas primeras.”). Hay que darnos cuenta qué somos y dejar de identificarnos con la falsa identidad que genera nuestra mente a la que denominamos ego. Si nos equivocamos en el diagnóstico, jamás encontraremos la cura, si no entendemos un problema, difícilmente encontraremos la solución. Cuando somos conscientes de nosotros mismos podemos elegir el tipo de pensamientos que tendremos, positivos o negativos, y estos nos ayudarán (o no) a ser felices. En un estudio acerca de la mente y la felicidad realizado por Richard J. Davidson, profesor de psicología y psiquiatría en la Universidad de Wisconsin, se demostró que, a mayor cantidad de pensamientos negativos, mayor actividad en el córtex derecho del cerebro y en consecuencia: mayor ansiedad, depresión, envidia y hostilidad hacia los demás, en otras palabras: ¡Más infelicidad autogenerada! Por el contrario, quien piensa en forma positiva y ve el lado amable de la vida, ejercita el córtex izquierdo, elevando las emociones placenteras y mejorando su forma de vivir.
En artículos subsiguientes iremos profundizando sobre cada uno de los puntos tratados, mientras tanto, hoy nos despedimos con una historia que invita a la reflexión acerca de la verdadera felicidad: “Es la historia sobre un académico que visita la India y encuentra al margen del río Ganges a un asceta en meditación, se acerca y le pregunta si es feliz, el asceta contesta: que no, por eso busca conocer la naturaleza del Ser, descubrir la realidad, saber qué es la mente, entender la no-dualidad. El académico se aleja del asceta y más delante encuentra a una mujer que se ve muy feliz jugando con sus niños, el académico le pregunta sobre la naturaleza de la realidad, sobre la inmortalidad del Ser, sobre la no-dualidad, etc., la mujer le contesta que ella no sabe nada de eso ni le interesa, que ella solo sabe que es feliz jugando con sus niños. El académico regresa con el asceta y le cuenta sobre la felicidad que ya logró la mujer: ¡Sin necesidad de búsqueda espiritual! y sin necesidad de tanta indagación. El asceta le contesta que no es esa la felicidad que busca, que no es el tipo de felicidad que vive la mujer con los niños su meta”… ¡Así de sencillo!
Un saludo, una reflexión.
Santiago Heyser, Sr. y Santiago Heyser, Jr.
Escritores y soñadores