
Genio y Figura/Francisco Buenrostro
Una de las etapas más enriquecedoras de mi vida profesional, la pasé rodeado de gente a la que admiré desde muy chico. Pareciera como si de pronto alguien decidió concederme de golpe mis más caros anhelos, al lado de mis ídolos deportivos de la infancia.
Recuerdo a mis tíos y primos mayores reunidos para escuchar por radio las peleas del Ratón Macías, uno de los primeros grandes ídolos del boxeo quien siempre decía: “todo se lo debo a mi manager y a la virgencita de Guadalupe”.
Mi abuela materna sólo se santiguaba. Quería tanto a su ratoncito, que hasta le encendía su veladora cada vez que peleaba, no para que ganara, sino para que perdiera y ya se retirara.
Nací, en el año olímpico de Helsinki 1952, cuando Joaquín Capilla Pérez, medallista de oro en los clavados de Londres 1948, volvió a brillar en Finlandia con una plata, antes de convertirse en pésimo actor cinematográfico.
Los periódicos deportivos publicaban las hazañas en ligas mayores del veracruzano Beto Ávila, campeón de bateo en la Gran Carpa y quien abrió realmente las puertas del beisbol de grandes ligas a los peloteros mexicanos.
A través de las ondas hertzianas nos enteramos de la muerte de Ricardo Rodríguez en las prácticas para el primer Gran Premio de México de Fórmula 1; jugábamos cochecitos en la banqueta cuando mi tía Nena nos comunicó la fatal noticia a gritos desde la esquina.
Soñaba con protagonizar las hazañas de mis ídolos, pero la verdad nunca destaqué en ningún deporte: En futbol nunca tuve dominio del balón; en beisbol, bateaba más o menos, pero era pésimo cachando; el futbol americano me lo pasé de noche y así en todos por el estilo.
Sólo fui bueno para la bicicleta -turismera por supuesto- y para los cochecitos de baleros cuesta abajo en empinadas pendientes.
Quien siempre me tenía al tanto, era mi hasta la fecha amigo y Gurú Beto Ochoa. Diario se leía de pe a pa el periódico cafecito y se las sabía de todas todas sobre el deporte que le preguntaras.
Así que no fue raro que la mayoría de mis amigos se extrañaran cuando se enteraron que iba a dedicarme al periodismo deportivo, desde que me tocó la cobertura de los Juegos Panamericanos de 1975 en la capital del país.
Ahí conocí a dos de los pilares más importantes en mi carrera: Gilberto Samayoa Madrigal y Jorge Escobosa Licona; el primero me enseñó el rigor de la buena escritura y el segundo, la astucia del reportero.
Para entonces ya tenía la suerte de haber encontrado a mi primer maestro de radio, don Roberto Armendáriz Páez, quien me lanzó de lleno a la crónica deportiva y me puso al frente de un micrófono por primera vez en la vida.
Pasé años en distintos medios de comunicación, cuando de pronto la actividad profesional me llevó al trato diario con Raúl Macías, Joaquín Capilla, Carlos Girón, el sargento José Pedraza, don Beto Ávila, Joaquín Rocha, Ricardo Delgado, Horacio Casarín, Ivar Sisniega, Daniel Bautista y, por supuesto, mi jefe Raúl González.. Al poco tiempo, ese trato se tornó en amistad.
Previo a mi llegada a CONADE donde fui titular de comunicación, como reportero de deportes, tuve cercanía con figurones de la actividad física de diversas disciplinas.
En el futbol estuve cerca de don Nacho Trelles, Diego Mercado, Chucho del Muro, Hugo Sánchez, Ignacio Calderón, Panchito Hernández, Ramón Martínez, Carlos Reynoso, Horacio Casarín, Enrique Borja, Pelé y Maradona.
En autos, me codeé con Héctor Alonso Rebaque, Billy Sprowls, Michel Jourdain padre, Juan Emilio Proal, Memo Rojas padre, Fredy Van Beuren, Raúl Pérez Gama, los hermanos Bolaños, Alfonso Toledano.
Vicente Zarazúa, don Pancho Contreras, Francisco Maciel y Raúl Ramírez, al lado de Brian Gottfried, Guillermo Vilas, Bjorn Borg, Rod Laver, Ilie Nastase, John Mc Enroe, fueron mis clientazos para entrevistas en los muchos torneos tenísticos de primer nivel, organizados por la Federación Mexicana de Tenis, que encabezaba Jean Marie Lemaitre.
Las figuras del atletismo iban desde Charlotte Bradley Reus, Rodolfo Gómez, Raúl González, Daniel Bautista, Martín Bermúdez, Ernesto Canto, “Archie” Flores, Carlos Mercenario, y las guapas hermanas jaliscienses Orendáin, “las del sabroso apellido”.
Entre boxeadores me sentía en mi elemento, con gente de una calidad humana fuera de lo común, tal vez porque las primeras madrizas las recibieron de la vida misma.
Lo constaté de entrada con uno de mis más grandes héroes de la infancia, Raúl “Ratón” Macías a quien conocí en su propia casa durante una entrevista que le hice para el programa Nuestro Mundo de Guillermo Ochoa, gracias al cual conocí a Joe Conde y Juan Zurita, leyendas de nuestro box.
En plan de buenos cuates me relacioné con Rubén “Púas” Olivares, Carlos Zárate, Lupe Pintor, Sal Sánchez, José Ángel “Mantequilla” Nápoles, Ultiminio Ramos, Francisco “Trompo” Márquez, el dominicano José Luis Pitalúa y Julio César Chávez. En 1978 le hice un par de preguntas al mismísimo Mohamed Alí.
Mención aparte merecen don Luis Spota, tremendo escritor quien fue Presidente de la Comisión de Box y Lucha del Distrito Federal y su titular médico, don Horacio Ramírez Mercado; así como don José Sulaimán Chagnón, Presidente del Consejo Mundial de Boxeo.
Don Luis nunca escribió de boxeo; se llevó a la tumba toda su sapiencia sobre el intrincado tema. El doc Ramírez Mercado me operó de urgencia por una grave afección cutánea y a don José lo acompañé en toda su campaña rumbo al CMB, que en mucho dignificó a ese deporte; historias todas estas que permanecen en mi tintero..
En el ciclismo encontré también a grandes personas: Agustín Alcántara, Salvador Esquivel Villarruel, Héctor “El Gallo” Pérez, los hermanos Macías, Paco Huerta, Ignacio Mosqueda, Raúl Alcalá Gallegos, Miguel Mejía, Rodolfo Vitela, Rosendo Ramos, Hilarión Sánchez, Bernardo Colex, José Luis Castañeda, Ignacio “Fugas” Carranza, Martín Esparza, Tito Lugo, Miguel Arroyo, Manuel Youshimatz, Francesco Moser y muchos más.
Son apenas unos cuantos personajes que me vienen a la memoria, y de los que podría escribir una historia. Con todos tuve el gusto de convivir entre muchísimos más con quienes también sacié la curiosidad periodística, la propia y la de la gente que los ha hecho sus ídolos a lo largo de la historia.