
Descomplicado/Jorge Robledo
Esta semana cumplí 25 años de matrimonio con mi leonesa favorita.
No es muy frecuente que uno exponga su vida personal públicamente, pero creo que un cuarto de siglo lo justifica.
Es muy difícil, por no decir imposible, encontrar a la pareja de tus sueños; aquella que llena todas las expectativas y que además acepta unir su vida a la tuya.
Por lo general, uno no se casa con la idea de divorciarse, pero tampoco enamorado hasta el tuétano, sino con el mismo costal de dudas y el valor para jugarse el albur.
Cuando llegué en 1996 a estas benditas tierras, cuna de mi señora madre, lo último que pensaba era en volver a casarme. Me sentía “tablas” con mi primera experiencia conyugal, cuyo final fue más triste que amargo.
Sumaba, además, un par de fracasos, de esos que te quitan las ganas de todo.
Venía de un año de recuperación de una neumonía cuata, por la que tuve que mudarme a Mérida, para poder ir diario a Progreso, a respirar aire puro de mar y donde me reencontré con el cariño de tías, primas y sobrinas, quienes auténticamente me devolvieron el ánimo de vida.
Auténticamente flaco, ojeroso, cansado y sin ilusiones, me posé en tierras guanajuatenses, donde no tardé en sentirme cobijado por las bendiciones de mi señora madre que nunca me abandonan y menos en su tierra natal.
Es así que en una inocente posada decembrina, a la que fui de colado, alguien hizo que se me alborotaran los murciélagos en las que se habían convertido mis mariposas del estómago.
Me gustó, me despertó el interés su don de gentes y lo bien que trataba y la trataban. No pude evitar el escaner: delgada, de muy buen aroma, ojotes con pestañotas, minipies y manos bien cuidadas y de dedos finos.
Sentí que de ahí era. No sé cómo le hice, pero cuando salimos de la reunión me ubiqué como por arte de magia en el asiento delantero de su coche donde también viajaban su hermana y su sobrino. Extrañada, pero educada, me preguntó que dónde me dejaba.
Torpemente le pedí que en cualquier calle del centro y ahí fue donde se detuvo. Antes de apearme le di una de mis tarjetas de Televisa, “por si algo se le ofrecía”; cosa que no sucedió. Le llamé entonces a la anfitriona de la posada para sacarle toda la sopa.
Me habló maravillas de su amiga, con la que no sé bien ni cómo me movilicé, para volver a coincidir en una fiesta de graduación, donde su vestido rojo me animó para invitarla a tomar un café. Al aceptar mi invitación firmó su sentencia y yo mi extensión de vida.
El trato nos llevó a conocernos y el conocernos a aceptarnos y tolerar nuestras diferencias y mutuos defectos. Lo que nos trajo el tiempo nos hizo comenzar a apreciarnos y a valorar que, al menos, yo sin ella simplemente no existiría, literal.
Al casarnos se sacó el tigre de la rifa y, como ella misma dice, en cuanto se acabó la garantía comencé a fallar y de qué manera: diabetes, apendicitis, neumonía, bacteria carcomiéndome el cráneo y etc. De todas supo sacarme con bien y se mantuvo a mi lado.
Día con día, año con año, aprendí lo que es una mujer en la extensión de la palabra: trabajadora, honesta, íntegra, decente, callada, coqueta, vanidosa, desquiciante, geniuda y con vigor de sobra para afrontar las cachetadas de la vida.
La vi multiplicarse en diez para sacar su carrera y atender al mismo tiempo a sus padres enfermos; la vi doblarse pero jamás quebrarse ante las dos pérdidas más profundas de su existencia, como fueron las muertes de mis suegros en un periodo muy corto. Aprendí de sus silencios y me llenó con su paciencia.
Para nada he sido el magnífico producto que publicité para conquistarla, pero tampoco soy un fraude. Amarla es lo único que se merece, quiero abrazarla, cobijarla y hacerla sentir que cuenta conmigo para todos efectos.
En alguna ocasión que la Diosa Fortuna volteó hacia otra parte y no tuvimos ni para brindar con refresco, encontramos la certeza de que estamos el uno para el otro y confiamos en que el nuevo sol nos encontraría más unidos, ricos y sabios que nunca.
Hoy, con 25 años de convivencia, disfrutamos de ese nuevo sol, que a fuerza de gritos y sombrerazos nos mantiene sabios y más unidos que nunca. Gracias Lupita, mi leonesa favorita.