Punto y Aparte/Enrique Rivera
Hace muchos años, quizá más de 60, recuerdo acudir con mi hermano Francisco en sábado o domingo allá por la calle Guatemala dos calles arriba del Bar “Tío Pepe”, por esa misma acera, a un recinto que nos parecía muy bonito, pues ahí nos permitían jugar en dos mesas de futbolito, una de ping-pong, y dos mesas de billar, una para carambola y otra con buchacas para jugar pool o el ocho negro, todo ello gratuitamente. Había una tiendita con refrescos, botanas, dulces y lo que ahora llaman “snacks”.
Había un sacerdote de nombre Javier, que estaba cargo de esa obra, que inició el Colegio JOL GUA BER y le llamábamos también “la congregación”, no sé a qué se debía ese nombre. Las instalaciones eran muy nuevas y siempre estaban mejorándolas, con biblioteca y varios salones; aunque lo más sobresaliente era una especie de auditorio con butacas en filas simétricas que iban incrementando gradualmente su altura de adelante hacia atrás, a modo de un cine o un teatro.
En ese recinto, los domingos programaban y proyectaban películas, si bien, no de estreno, en relación con las salas de cine comercial de Operadora de Teatros y que tradicionalmente estaban en el Centro de León, las películas del domingo ahí eran mejores que las de otros “cinitos” improvisados de barrio como el del Espíritu Santo o el del Templo del Carmen o el de Piletas. Y obvio, cobraban un peso con cincuenta centavos, más que en aquellos, y estaba el padre Javier Gutiérrez, creo era Jesuita, en la puerta de ingreso, supervisando quiénes entrábamos.
El padre Javier se encargaba de hacer promoción en los talleres y fábricas de calzado que proliferaban en esos rumbos de las colonias Obrera, Bellavista, Industrial, la naciente Chapalita y hasta el rumbo del Parque Hidalgo, para que enviaran a los niños con confianza a ese recinto para su solaz esparcimiento, adoctrinamiento en el catecismo católico y en orientación vocacional para el sacerdocio.
Precisamente allí era la JOL GUA BER, que significaba “Juventudes Obreras Leonesas Guadalupanas y Berchmans” por un Santo de origen belga de nombre San Juan Berchmans.
En la sala de cine había muy buen sonido y antes de iniciar la función amenizaban con música ambiental y al terminar para desalojar el recinto. Recuerdo muy bien esa música porque me gustaban mucho la “Rapsodia Sueca” y “Cuando vuelvan a florecer las lilas”, con la orquesta de Helmut Zacharias (esto lo supe después ya investigando, unos violines de ensueño) y también el Órgano Melódico de Ken Griffin.
Una película que por aquel tiempo ya tendría unos ocho o nueve años de haber sido estrenada, ahí la vi por primera vez y no la olvido: “IVANHOE”, con Robert Taylor, Joan Fontaine y Elizabeth Taylor, con las hazañas de aquel enigmático caballero negro invencible en los torneos de enfrentamientos medievales.
Basada en un libro de Sir Walter Scott y rodada en locaciones de Escocia e Inglaterra, en auténticos castillos medievales, a todo color que lucía mucho en esa época (1952), según las crónicas fue un éxito de taquilla, porque además la compañía cinematográfica Metro-Goldwyn-Mayer era una garantía y el director Richard Thorpe era experto en ese tema. Aderezada también con la aparición de otro héroe de la literatura medieval: Robin Hood, quien le daba un toque de aventura y fantasía al filme. Hubo una serie televisiva con las aventuras de IVANHOE. Desde entonces, en mis gratos recuerdos, relaciono ambas referencias, IVANHOE y la JOL GUA BER.
Probablemente algunos lectores de mi identidad generacional recuerden esa película, después muy programada en las matinées dominicales. Ahora pueden localizarla en YouTube.