El nuevo fiscal para Guanajuato/Paulino Lorea
A finales de enero de 1979, personal de las distintas áreas de la X-730, Televisa Radio, fuimos capacitados para cubrir la visita de Su Santidad Juan Pablo II a México.
Reporteros de información general, deportes, espectáculos, finanzas y nota roja, conocimos las formas de respeto y cortesía hacia el Sumo Pontífice; lo que podíamos, y no, al estar en su presencia y el nombre de cada una de las prendas de su vestimenta.
Así, supimos identificar la tiara, el báculo, el palio, la casulla y, por supuesto, la mitra y el anillo, para dejar de llamarles boina, bastón, capa, gorrote, bata y demás.
El Representante de San Pedro era intocable, aunque lo tuviéramos a un lado. No podíamos, ni debíamos, dirigirle la palabra, nos insistieron.
Así, el 29 de enero, salimos al trabajo de campo los distintos equipos que se habían integrado para una cobertura total de la visita.
A mi me tocó con mis queridos y desaparecidos compañeros y amigos, Gerardo Durón García, apoyo en transmisión y reportero, y Enrique Valdés “El Papuchino”, ingeniero de sonido.
Nuestra ruta sería el Aeropuerto de la Ciudad de México, Puebla, Guadalajara y Oaxaca.
Estuvimos en el magno desorden de la terminal área, donde corrió como reguero de pólvora el rumor de que el Papa se había caído al bajar del avión.
Aunque eso vendía, lo cierto es que besó suelo mexicano al descender de la escalerilla.
Cumplimos en tiempo y forma con nuestros enlaces en vivo acerca de la llegada del ilustre visitante y partimos raudos rumbo a Puebla.
Avanzamos en nuestra Combi debidamente acreditada por las atestadas calles que seguiría el recorrido de Juan Pablo II y llegamos a la carretera. Ahí, lo nunca visto: 139 kilómetros repletos de gente, del entonces D.F. hasta Puebla de los Ángeles.
Una multitud similar nos recibió en la llegada a la Angelópolis. ¿De dónde íbamos a transmitir? La respuesta se la sacó de la manga Gerardo “Kalimán” Durón, ¿cómo le hizo, quién sabe?
De pronto, nos encontramos sobre una amplia marquesina en el primer piso de un edificio de apartamentos. El “Papuchino” instaló tranquilo el equipo de transmisión y sólo nos quedaba esperar el arribo del Santo Padre.
No fue muy larga la espera. El movimiento y murmullo de la multitud nos avisó que el Papa estaba cerca.
“Papuchino” se conectó a México y me dijo -entras al cue.
Parado sobre la marquesina narré todos los detalles del trayecto y, de pronto, se me cerró la garganta. Enmudecí cuando Juan Pablo II en el Papa Móvil dio vuelta a la esquina y él y yo quedamos a la misma altura.
Cuando me miró a los ojos y dibujó en el aire una cruz en forma de bendición, estuve a punto del desmayo. Chapala me quedó chica para la clase de laguna radiofónica que me aventé.
De entonces a la fecha mucha agua ha pasado bajo el puente, muchos males me han aquejado y aquí sigo.
Creo que el haber sido bendecido por el ahora San Juan Pablo II de mucho me sirvió.