
Alucinante/Norberto Gasque Martínez
Antes del auge del populismo, la lógica del poder consistía en evitar el riesgo y la incertidumbre. Una forma de hacerlo era alcanzar acuerdos con actores relevantes: empresarios en el ámbito económico y partidos opositores en cuestiones políticas o electorales. La idea central era impulsar cambios mediante el consenso. Con el tiempo, sin embargo, estos acuerdos se corrompieron: los empresarios se beneficiaban en lo particular y los dirigentes políticos se enriquecían. El modelo de negociación incluyente derivó con el tiempo en una corrupción generalizada. El descontento abrió la puerta a López Obrador y Morena. El triunfo electoral significó regresar al pasado con un Congreso sometido al Ejecutivo. Con López Obrador, lógica del equilibrio y la inclusión cambió de fondo. No se erradicó la corrupción, se transformó. La “mafia del poder”, o buena parte de la oligarquía, pudo adaptarse con relativo éxito al nuevo régimen. Según Oxfam, la fortuna de los 14 mexicanos más ricos —cada uno con más de mil millones de dólares— casi se duplicó desde el inicio de la pandemia a 2023.
Fueron beneficiarios de contratos de obra pública. Además, surgió una nueva clase empresarial cercana al poder, especialmente originaria de Chiapas, Veracruz y Tabasco. El crecimiento económico llegó al sureste, sí, pero por la puerta estrecha de la venalidad: beneficios desproporcionados y concentrados a un puñado de empresarios enriquecidos por la obra pública, los servicios o la compra de insumos para los programas de salud, amén del huachicol fiscal.
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