Trump y la élite de redes sociales/Jorge Robledo
La reforma judicial se perfila como el mayor de los fracasos. Su planteamiento de origen es discutible; la democratización en la designación y promoción de juzgadores no es fórmula idónea para una buena justicia porque se comprometen la autonomía e independencia del designado, además, criterios como popularidad, representatividad o aceptación son ajenos al quehacer judicial. En la selección de jueces se trata de cumplir con idoneidad, capacidad y especialidad, nada de eso se resuelve o garantiza con la democratización de la designación.
El INE no ha contado con el apoyo de los promotores de la reforma; tiempos y recursos se definen a partir de criterios políticos, no para asegurar un proceso electoral consistente con los estándares de los comicios constitucionales para elegir autoridades y legisladores. Asimismo, la selección inicial de los prospectos candidatos con la excepción del poder judicial federal, revela la ausencia de consideraciones que aseguren la calidad y atributos idóneos para ser un juzgador a la altura de la responsabilidad.
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