
Hablando en Serio/Santiago Heyser
La historia de México y sus migrantes ha estado marcada por una constante paradoja: quienes se fueron en busca de oportunidades terminaron, a fuerza de trabajo, sosteniendo con su esfuerzo la economía del país que los expulsó. Las remesas que envían no solo representan dinero: son testimonio de sacrificio, separación, esperanza y resistencia. Por eso, cuando esas transferencias caen o se amenazan, no solo tiemblan las cifras macroeconómicas, también se vulnera la dignidad de millones de familias mexicanas que dependen de esos recursos para sobrevivir. Hoy, las remesas están bajo presión.
En mayo de 2025, las remesas registraron una baja interanual del 4.6 %, sumando 5 360 millones de dólares. Esta cifra no es un dato aislado: abril ya había mostrado una caída preocupante, la más severa en más de una década. Lo que estamos presenciando no es una fluctuación técnica del mercado cambiario o del ciclo económico. Es el reflejo directo de la incertidumbre migratoria en Estados Unidos, la inseguridad laboral de nuestros connacionales y el miedo que los paraliza. Menos remesas significan menos alimentos, menos medicinas, menos educación, menos ahorro. Significan, también, angustia cotidiana en miles de hogares del sur, del altiplano y del norte profundo.
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