
Genio y Figura/Francisco Buenrostro
A pesar de que muchas veces recorrí de extremo a extremo la Península de Baja California, no tenía ni la más remota idea de su existencia.
Acudimos por invitación del gobierno estatal, para continuar una serie de reportajes televisivos dedicados a los atractivos de los municipios de todo México.
Junto con el equipo de IMEVISION recuerdo que viajamos del Distrito Federal directo a Tijuana donde ya nos esperaba el vehículo que nos llevaría a San Felipe, conducido por Pepe, un lugareño más amistoso que Chabelo.
Nos detuvimos convenientemente en el trayecto para probar unos de mashaca con huevo en tortilla de harina, pequeña muestra de la muy rica gastronomía de la región.
Aunque bañados en sudor, creo que íbamos muy divertidos, porque las casi seis horas de carretera se nos pasaron en un suspiro, antes de que nuestro anfitrión nos dijera que a la vuelta de la siguiente curva llegaríamos a nuestro destino.
La vista en ese momento se tornó inexplicable, hermosa, amenazante. El mar se veía por encima de nosotros, como si avanzar significara sumergirnos en la inmensidad de sus aguas. Por fortuna sólo era algo así como un espejismo.
Antes de llevarnos a donde nos hospedaríamos, el muy gentil Pepe, quiso mostrarnos su casa, para presentarnos a su esposa y poner a disposición su sencilla pero muy cálida morada. Así se las gastaban por allá.
Después de agasajarnos con algunas cervezas y una rica botana, nos llevaron al hotel, donde textualmente llegamos a descansar y cargar pilas para el día siguiente, pues nos esperaba al amanecer una travesía en barco camaronero.
Para respondernos el clásico “on toy”, busqué un mapa. Nos encontrábamos en línea recta a la altura de Ensenada, pero no del lado del Pacífico, sino del mar de Cortés o Golfo de California.
Entendí que mis muchas veces en la Península me llevaron siempre del lado del precioso Puerto de Ensenada -cosa de la que no me quejo- y nunca nos hablaron del resto de maravillas naturales que atesoran esos lares de nuestro territorio nacional.
Y sí, ahí nomás tras lomita, pero del otro lado, está San Felipe que a partir de los dosmiles ya es Municipio, pero que a finales de los 80 alcanzaba apenas la categoría de Puerto.
Esa mañana, con un sol radiante y unos treinta y tantos grados centígrados de temperatura, llegamos al muelle cargados de ganas de aventura y todas fueron satisfechas.
Caminar en la cubierta del camaronero era un verdadero ballet, para no pisar redes y esquivar mástiles; mis compañeros de la lente superaron con holgura el reto para levantar excelentes imágenes.
El bamboleo fue permanente en un mar un poquito picado que desconoció hasta al mismísimo Pepe, quien extrañamente resultó más mareado que cualquiera de nosotros.
Esa jornada el océano entregó un magro fruto a los pescadores acostumbrados a sacar -un día sí y otro también- redes llenas de camarones tamaño langostino y una que otra langosta despistada.
De regreso en tierra firme, casi en secreto como si estuviéramos en la clandestinidad, los amigos marineros nos explicaron que el 90 por ciento de la pesca de camarón U2 (gigante y delicioso) se lo llevaba la compañía japonesa Ocean Pacific y poco menos de un 10 se quedaba para consumo local.
Pudimos comprobar la versión cuando nos fuimos a pasear al pueblo y los restaurantes que te ofrecían el U2, te lo daban a precios nada accesibles. Para fortuna nuestra, los anfitriones reservaron una buena cantidad de camarones tamaño langosta, para agasajarnos.
Acariciados por una deliciosa brisa marina, como parte de nuestro reportaje recorrimos las playas, los sitios de interés turístico y la infraestructura hotelera que mostraba un buen nivel con confortables habitaciones y más que aceptable gastronomía.
En las calles del lugar -tipo pueblito del oeste de la tele- se respiraba un ambiente nada mexicano. Las clásicas trocas recorrían de ida y vuelta el pequeño malecón lleno de gente proveniente de Estados Unidos y escasos, muy escasos, nacionales, algunos de ellos refugiados en una pequeña cantina, con anuncios en inglés y precios en dólares.
Las bellísimas playas, lucían atestadas de campers propiedad de nuestros primos allende el Bravo, que desde entonces y parece que hasta ahora, se han adueñado de un lugar al que no ha llegado la mano de la promoción turística del país, y la multicitada soberanía ha permitido que roben frente a sus narices el patrimonio nacional.
Me pregunté de qué tamaño sería el compromiso político, social y económico para permitir que eso sucediera. Lo peor, es que era y es una constante no sólo en San Felipe, sino a lo largo de toda la Península.
La gente sencilla y trabajadora de San Felipe -como Pepe- aprendió a convivir con esa realidad en la que disimulan vencedores y vencidos, como si no existieran ganadores y perdedores.
Mientras tanto, paisajes y playas de belleza inenarrable, y clima envidiable las tres cuartas partes del año, siguen sin que un considerable porcentaje de mexicanos ni siquiera sepan que existen.