
El Legado de Francisco
Desde el presidente Franklin D. Roosevelt, se ha institucionalizado en la política norteamericana —y en los medios que la cubren— un periodo de evaluación del mandatario. Se considera los primeros cien días perfila más que a una persona, a una gestión. Roosevelt se propuso modernizar la presidencia, y lo consiguió. Modernizar significaba fortalecer al mandatario para cumplir lo prometido, en un contexto donde el Congreso y el propio gabinete limitaban el poder presidencial. Para ello, creó la Oficina de la Presidencia. Esta visión se correspondía con la situación de emergencia en que Roosevelt asumió el cargo: la Gran Depresión. El protagonismo del gobierno y del presidente fueron claves para superar aquella crisis.
México pertenece a otra tradición, aunque debe reconocerse que tanto López Obrador como Claudia Sheinbaum definieron el perfil de sus presidencias desde los primeros días. Ninguno recurrió al engaño ni a la impostura. Incluso Andrés Manuel estableció su estilo de gobernar antes de asumir la presidencia, con la cancelación del aeropuerto de Texcoco, una decisión que demostraba no solo su independencia frente a los intereses económicos, sino también ante la razón técnica, según el juicio de sus propios colaboradores en Comunicaciones, Hacienda y su Oficina. A partir de entonces, no quedaría duda de quién mandaba: gobernaría según su propio criterio, sin ciencia ni atajos técnicos o de conveniencia política. La arbitrariedad y el capricho serían la firma de la casa.
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