Detrás de Cámaras/Norberto Gasque Martínez
Estaban muy recientes los sucesos de México 68, que marcaron un antes y un después en la vida estudiantil de nuestro país; se quería otro formato educativo y se creó en 1971 el Colegio de Ciencias y Humanidades.
El 99.9% de sus docentes había participado de alguna manera en el movimiento universitario y politécnico, que fue acallado el 2 de octubre.
Instalaciones y edificios flamantes, en sus tres primeros planteles, Vallejo, Azcapotzalco y Oriente, recibieron a la masa de escolapios.
Ofrecía un bachillerato libre; es decir, sin áreas definidas por las que tenías que optar en la Escuela Nacional Preparatoria.
El CCH ofrecía un clima mucho más libre, en el que los alumnos tenían voz y voto, sin controles rigurosos de asistencia y comunicación permanente con maestros.
Nos enseñaban a pensar, en lugar de repetir conceptos y fórmulas al más puro estilo de un “loro huasteco”.
Podías ir o no, pero la oferta de bellas compañeras era tan rica, que preferías no faltar. Eran tiempos en los que no reparabas en tu propia plenitud física.
Y como todo era nuevo, no teníamos el riesgo de las novatadas; o al menos eso creíamos, porque en el caso de Vallejo, poco les importó a los porros de la Prepa 9.
Armados con palos, piedras, navajas y tijeras, irrumpieron en nuestro primer día de clases, para evitar que fuéramos “perros” sin dueño.
Su amenaza se convirtió en constante, por lo que debimos organizar comisiones de vigilancia para que, por lo menos, no nos tomaran por sorpresa.
Casi por generación espontánea surgió la contra, con los golpeadores del plantel, que se erigieron solitos en nuestros solidarios defensores. Nadie se los pidió.
Y como siempre el mal ejemplo cunde, poco a poco se unieron a la “defensa”, los más huevones y peores estudiantes de los distintos turnos.
Ya no dependíamos de la Prepa 9; teníamos nuestros propios porros. ¡Bravísimo!